El 'glamour' de los ensayos
Kevin Costner protagonizó la anécdota del Dorothy Chandler Pavillion
ENVIADA ESPECIALUna especie de bóveda espacial, con un agujero en la cúpula y acabada en vértices como de paracaídas, en un fondo estrellado de fibra magnética, será el escenario en el que hoy se desarrollará la ceremonia de los Oscar, seguida por millones de telespectadores de todo el mundo. Vista al natural, durante los ensayos, semejante parafernalia resulta menos brillante de lo que parecerá en la retransmisión televisiva, aunque impresiona mucho la perfección técnica con que estos maestros del show-bussines unido a la tecnología punta pueden conseguir para usarlo, como una falla, en una sola ocasión. De la bóveda descenderá el monumental Tío Oscar que preside la ceremonia cuando conviene y desaparece cuando se considera necesario, y una serie de cortinas y paneles, junto con la iluminación, facilitarán la magia que 14 cámaras situadas en el interior de la sala transportarán, como suele decirse, a cientos de miles de hogares, por no hablar de tresillos ocupados por parejas de hecho.
Es un lujo ver ensayar a los actores que presentarán los Oscar. Llegan discretamente, apenas más arreglados que los dobles profesionales que, por una vez, pisan el escenario de los premios, sostienen estatuillas duplicadas y dan las gracias a sus propias familias, en medio de carcajadas y aplausos espontáneos. En el ensayo para entregar el Oscar al mejor director, un doble afroamericano estuvo realmente magnífico, al incorporar a Roberto Benigni, el italiano que, aunque sea por la ley de las probabilidades, más números tiene en la rifa: aparte de que La vida es bella participa en la competición por la mejor película extranjera, Benigni opta a mejor director, mejor actor protagonista y mejor guión original.
Cuando Kevin Costner (al fin, un Kevin en mis crónicas), impecable en pantalón beis, polo verde mate y gafas (podría ser el marido arquitecto a que toda chica bien criada aspira), abrió el sobre falso para el ensayo, se quedó en blanco: porque en lugar de encontrarse escrito el nombre de un falso ganador elegido sólo para el ensayo, como suelen hacer, le habían puesto un tarjetón completamente virgen. Entonces una voz sonó desde lo alto, sacándole del apuro: "El Oscar es para... ¡Roberto Benigni!", dijo aquella especie de dios. Fue entonces cuando el doble de color que ocupaba el asiento del italiano se convirtió en Benigni, y subió al escenario braceando, entreteniéndose por el camino en besuquear a los ocupantes de las primeras filas, y extendiéndose en elogios y gratitudes al agarrar, por fin, la estatuilla que le tendía un Costner que parecía muy entretenido con la pantomima. Por fin, el doble tuvo que ser arrastrado por Kevin fuera del escenario... como probablemente ocurrirá en la realidad, cualquiera que sea la categoría en la que triunfe el único extranjero incuestionable (los ingleses y los australianos también lo son, pero menos; como hermanos y primos) de esta noche.
Déjenme que les cuente un par de cosas acerca de un par de damas de mi predilección. Annette Bening, cuyo ensayo presencié, parecía apagada y convencional, en un atuendo muy de señora saliendo por la mañana a hacer cuatro compras, lo cual coincide con el fuerte rumor de que su matrimonio con Warren (Ego) Beatty está interviniendo de forma inconveniente en su carrera, tan prometedora a raíz de Los timadores, y de que sólo le permite hacer papeles de señora de alguien, tipo El presidente y la señora Wade, frustrando sus proyectos más ambiciosos. Sin embargo, ahora mismo, Bening está trabajando en el teatro, en Hollywood, en una interesante versión de Hedda Gabler para la que es imposible conseguir entradas.
Por otro lado, Kim Bassinger, que llegó vestida de chico, está maravillosa: gorra con visera ocultando medio rostro, pelo recogido en coleta, chaqueta holgada de marino sobre camiseta, pantalón tejano con bajos doblados y, en los pies, zuecos de piel. Su marido, Alec Baldwin, es últimamente el rey de los escándalos: en cuanto le hacen una pregunta imbécil en televisión (cosa que ocurre con bastante frecuencia e internacionalmente, como bien sabemos) se desafuera. La última vez casi les partió la cara a varios defendiendo a Clinton. De paso: sigue insistente el rumor de que Monica Lewinsky hará una aparición sorpresa, vestida de Armani, pero no le den gran crédito. Hollywood detesta a la mujer que puso en apuros a su presidente favorito.
Si diéramos como ganadores a los candidatos que más suenan estos días en los medios de comunicación, aparte de Benigni, habría que convenir en que Gwyneth Paltrow, la Viola-Julieta de Shakespeare enamorado, es la favorita como mejor actriz principal. Se nota que Hollywood arde en deseos de concederle la mayoría de edad. Conocida, primero, por ser hija de actores (Blythe Danner y Bruce Paltrow); después, novia de actores (Brad Pitt y Ben Afflek), y, finalmente, admitido su talento profesional, a partir de Seven y, sobre todo, de Emma, Paltrow representa hoy lo que más caliente pone a la colonia cinematográfica: una actriz americana que puede hablar con acento inglés e incorporar lo mismo a la mujer de un policía que a una princesa. Conocida también porque llora como un torrente cuando le dan un premio (y con ella, su padre, que reconoce que siempre suelta el trapo con sus hijos), Gwyneth, que pertenece a la generación Calvin Klein revisada por Armani, ha dicho que puede que esta noche traicione a ambos modistas y se decida por Valentino.
Una curiosidad: Jack Nicholson y Anjelica Huston, que fueron pareja durante años y rompieron tumultuosamente y luego volvieron a ser amigos pero no demasiado, se sentarán en la misma fila, pero prudentemente separados por Helen Hunt. Y dos insectos, los protagonistas de Antz y Bichos, acarrearán uno de los sobres.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.