¿Hacia dónde va una feria que parece un festival?
Una invasión de obras fotográficas, la mayor parte en relación con el tema del cuerpo y sus eventuales identidades sexuales, inunda la 18ª edición de Arco. Es lo mismo que se ve en casi todas las capitales occidentales, pues es el tema de moda. En este sentido, nadie podrá reprochar a Arco que no esté en perfecta sintonía con la actualidad, lo que no significa necesariamente que la actualidad sea interesante. Esta sincronía artística internacional no depende ya, además, de lo que traen a Arco las galerías de fuera, pues nuestro cosmopolitismo es beligerante. Por otra parte, el desembarco francés, dentro y fuera de lo programado por la organización, ha sido este año notable, incorporándose algunas firmas famosas que no solían venir por aquí los últimos años. Pero, en general, la presencia de lo internacional en Arco tiene un tufo muy acusado a cancillerías y protocolos culturales.
Por todo ello, Arco sigue teniendo un cualitativo peso específico nacional, como no puede ser menos mientras nuestro mercado siga siendo tan irregular y débil, lo que comporta mucho riesgo si se viene de fuera y no se está subvencionado.
Precisamente, la crónica debilidad de nuestro mercado de arte actual explica la sorprendente deriva de Arco, que es, desde el punto de vista ferial, algo insólito. De hecho, una parte sustancial de la feria está ocupada, una vez más, por stands institucionales, por empresas privadas ajenas al mundo del arte y, verdaderamente, por las cosas más extrañas. Uno se puede encontrar, por ejemplo, con Sánitas o Gastón y Daniela. A estos cuerpos extraños a la actividad regular de una feria de arte actual se unen promociones de la propia organización, como los llamados projects rooms o cutting edge, que son actividades propias de museos o salas de exposiciones. Si a todo esto añadimos que la ciudad entera de Madrid baila al son de Arco, programándose para estas fechas decenas de inauguraciones de muestras, uno se siente tentado de hablar mejor de un festival que de una feria.
Ilusiones colectivas
Es verdad que, en nuestra espectacular sociedad actual, lo que importa es, sobre todo, generar grandes ilusiones colectivas puntuales que arrastren a masas al dictado de acontecimientos bien publicitados, sin importar demasiado el porqué, el cómo y el qué. Desde esta perspectiva, el éxito de Arco es absoluto. La gente vive su baño de multitudes artístico una semana de febrero al año y se queda tan contenta. No en balde, la publicidad institucional de Arco ha elegido este año como eslogan el de "una palabra vale más que mil imágenes"; se entiende porque Arco, la palabra-fetiche, es mucho más importante que todo lo que exhibe. El signo triunfa entonces sobre el significado. ¿Por qué preguntarnos nada en ese caso acerca de la "calidad artística" de lo que hay en Arco? Arco es Arco, y lo demás sobra. Hay que señalar también que el montaje del tinglado ferial se ha desarrollado en esta edición con más eficacia y profesionalidad, si bien la multiplicación de stands y reclamos de la índole más diversa ahoga el espacio disponible, lo que pienso puede acarrear problemas de circulación y de visión cuando acudan grandes multitudes.
Estando ya próximo su vigésimo aniversario, una duración notable por sí misma, pero más si se tiene en cuenta la crisis que se abatió sobre las ferias en todo el mundo durante la presente década, lo que está claro es que Arco se ha consolidado con firmeza, con sus luces y con sus muchas sombras. Quizá, por tanto, haya llegado el momento de perder la ansiedad por su supervivencia y fuera provechoso iniciar cierta reflexión sobre su sentido.
Lo comercial
En las fechas previas a la inauguración de la presente edición hemos vuelto a las falsas polémicas de los damnificados por no haber entrado en la selección de turno, pero lo que, a mi modo de ver, está en juego no es tanto lo justo o lo injusto de quién entra o sale cada año, sino adónde va Arco; esto es: si lo comercial es su fundamento y fin o sólo la excusa. Si es lo segundo, entonces habrá que preguntarse qué sentido tiene que sea finalmente una organización ferial la que marque la batuta de la vida cultural de una ciudad y hasta de un país, sobre todo si, como es el caso, la financiación de prácticamente todas las actividades ajenas al mero comercio en Arco, e incluso estas últimas, son sufragadas por las instituciones públicas de nuestro país. La situación actual, desde esta perspectiva, parece una inversión perversa de lo que escribió Carlos Marx sobre la supraestructura ideológica: que sostiene al mercado, en vez de ser sostenida por él. Teniendo en cuenta que el mercado en nuestro caso es deficitario, esta contradicción resulta aberrante y peligrosa, aunque circunstancialmente pueda parecer pintoresca.
Es, por consiguiente, ahí donde hay que dirigir las preguntas y, en primer término, la que inquiere cuánto le cuesta al contribuyente español, a través de los múltiples y prolijos apartados de la financiación pública, la organización de este festival que dice ser una feria de arte contemporáneo. Una vez hechos los cálculos, a lo mejor resulta que invertir en ilusiones no es tan caro o, siéndolo, logra el universal contento.
Babelia
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