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Cosas que no han pasado

Andrés Ortega

El pasado año, el mundo ha girado sobre sí varias veces. Seguimos, pues, cambiando de mundo. No hemos salido del todo del anterior ni entrado en el nuevo. Quizás cabría llamar a 1999 año de la globalización, en sus diversas dimensiones: financiera, jurídica, moral, etcétera, si no fuera porque éste es un proceso en curso. Pero, una vez más, puede ser interesante pararnos a examinar no ya lo que pasó, sino lo que no pasó. No hagamos trampas intelectuales: cosas que pudieron haber pasado y no pasaron, pero que, de ahí su interés, aún pueden pasar. Lo primero que no ha pasado ha sido una catástrofe nuclear, derivada bien de centrales rusas poco de fiar, bien del amontamiento de armamento o material de este tipo que parece estar deteriorándose en la península de Kola. Las armas obsoletas rusas pueden constituir un mayor peligro que los nuevos misiles Topol-M. Y el deterioro de Rusia puede acabar afectando no sólo a los rusos, sobre todo a los rusos pobres y empobrecidos, sino al resto del mundo. Yeltsin aguanta. No se ha muerto, pese a que, como señala un chiste que corre por Rusia, es el hombre que más cosas ha hecho para arruinar su salud. No parece tener ya el poder. Pero ¿quién lo tiene entonces?

Ni Sadam Husein, pese a los bombardeos, ni Milosevic se han hundido. Milosevic se ha situado en una posición contradictoria de tampón que impide el desarrollo democrático y económico de la Federación Yugoslava, y a la vez elemento indispensable para asegurar el proceso de paz en Bosnia y en Kosovo. Este territorio, debido a presiones diversas, no llegó a estallar, pero ha logrado reunir todos los ingredientes necesarios para una gran explosión que sólo podría impedir una perseverante presión internacional.Y Sadam Husein sigue ahí.

Clinton, a pesar del acoso judicial y político, resiste. ¿No será porque todos quieren ser como él? Entiéndase, no en sus devaneos personales y judiciales, sino en lo que representa como política doméstica de centro, hacia el que podrían dirigirse ahora los republicanos. Una cuestión que queda abierta para el 2000.

China no ha devaluado su moneda. Ha aguantado, y con ello ha contribuido de manera decisiva a que la situación en la región no se agravara aún más. En este contexto, cabe destacar la buena salud económica de Taiwan, lo que indica que no había un modelo económico asiático, sino varios. Que había tigres y tigres. Si China ha servido de ancla en su zona, Brasil lo ha sido para América Latina, a pesar de que el Congreso brasileño haya echado abajo el plan de austeridad que proponía Cardoso. Si Brasil aguanta y no se viene abajo, América Latina en su conjunto tendrá más posibilidades de remontar la cuesta. La peseta no se ha devaluado, esta vez con justicia, pues tal devaluación hubiera resultado tan injustificada como alguna otra anterior. En la tormenta financiera del verano, aguantó -junto con la lira italiana- gracias a que iban a entrar en el euro, es decir, a desaparecer, lo que técnicamente ha ocurrido desde el 1 de enero, convirtiéndose en una parte no decimal de la moneda única europea.

Finalmente, los aritméticos no han triunfado. No han logrado convencer a las sociedades de que éste, 1999, no es el último año del siglo y del milenio que técnicamente -un oscuro monje del siglo VI llamó al inicio de la era cristiana año uno en vez de cero-, no concluye hasta el 31 de diciembre del 2000. Socialmente, el milenio está acabando. Claro que hay que estar atentos a los ordenadores y al llamado efecto 2000, que puede tener consecuencias nefastas, según han indicado expertos de la OTAN, en los sistemas de armas, comunicación y control rusos. Con lo que volvemos a lo de Kola. aortega@elpais.es

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