La fractura y el rencor en Chile
Leo con asombro las declaraciones de don Felipe González, pronunciadas en la London School of Economics, con las que, abandonando el tema central de su conferencia sobre La consolidación de la democracia en España: los años socialistas, se refiere con preocupación a una aparentemente recién aparecida fractura social en la sociedad chilena, la que habría sido generada por el arresto de Augusto Pinochet en Londres y por la solicitud de extradición formulada por el juez Baltasar Garzón.Me asombra el tardío descubrimiento de tal fractura y más aún la confusión de sus causas. Es evidente que en Chile existe una profunda fractura social.
Cómo podría ser de otra manera en una sociedad que no conoce el paradero de casi 3.000 de sus ciudadanos, que ha visto negados sus derechos fundamentales durante 16 años, que ha soportado el terror, la tortura, la injusticia, el asesinato de los opositores dentro y fuera de sus fronteras, el exilio de cientos de miles, como una calamidad a la que no había fuerza capaz de oponer resistencia y a la que no valía la pena oponerse porque tal calamidad se vestía con la coraza de la impunidad eterna.
Cómo, señor González, no ver la fractura de una sociedad que durante 13 años soportó el toque de queda, el casi estado de sitio permanente en el que toda reunión de más de tres personas era un delito de subversión, el miedo como una constante reguladora de cualquier expresión de vida, el silencio como la mejor forma de sobrevivir, la delación como valor patriótico, la impúdica apatía del "por algo será", "algo habrán hecho" que servía de manto para cubrir a las víctimas degolladas en las calles de Santiago.
Es asombroso que el señor González, un socialista -también yo soy socialista, pero como Allende- no perciba que el desmantelamiento de todos los derechos y conquistas sindicales, la abolición del contrato de trabajo, la entrega al mercado de las responsabilidades éticas del Estado generan, en la sociedad chilena y en cualquiera, fracturas sociales que, de no ser superadas a tiempo, pueden tener consecuencias imprevisibles. Tal vez la fractura que el señor González recién descubre es la que se percibe en el seno de la concertación de partidos que gobierna Chile, porque el arresto y eventual proceso a Pinochet ha conseguido dos cosas fundamentales para el desarrollo de Chile y para el inicio de una verdadera transición a la democracia: la sensación de que la impunidad no es eterna, y la convicción de que en la curiosa democracia chilena no son demócratas todos los que están, ni están todos los demócratas.
Tal vez se note una fractura en las posibilidades de triunfo de Ricardo Lagos, el candidato socialista -pero no como Allende- a presidente de la república. Si esta fractura existe, no es por culpa del juez Baltasar Garzón, sino por la indecisión misma del candidato, que hasta ahora no se atreve a manifestar su confianza irrestricta en la voluntad popular que sí quiere ver a los responsables del quiebre de la sociedad chilena en el banquillo de los acusados.
Los chilenos, la mayoría de ellos, empiezan a manifestar cansancio de los políticos que navegan a medias aguas, que confunden el arte de negociar con la parodia del conceder sin límites. Tiene razón el señor González al resaltar la importancia del arte de la superación del rencor, pero ¿es que las víctimas deben correr tras los verdugos rogándoles que les dejen perdonarlos? Me temo que el señor González no domina tal arte, y es particularmente triste que se valga de una realidad que no conoce, la de las víctimas de Pinochet y el modelo económico chileno, para exhibir su encono y rencor mayúsculo hacia el juez Baltasar Garzón.
Creo que basta con ver los numerosos testimonios periodísticos publicados tras conocerse la decisión de los lores británicos para ver quiénes son los profesionales del rencor en Chile. "Mi padre mató a bestias", declaró Marco Antonio Pinochet, hijo del dictador. Sol Sierra, la dirigente de los detenidos desaparecidos, se enjugó dos dignas lágrimas y apretó los labios. Tal vez el señor González debería reflexionar sobre la palabra rencor.
Las palabras del señor González son muy preocupantes. Todas las muestras de solidaridad, de ejemplar solidaridad de los españoles para con las víctimas de la dictadura chilena se han caracterizado por el respeto. Ese mismo respeto hace que todos los españoles que sienten como suyo el drama de los chilenos jamás cometerían el desatino de creer que las víctimas solicitarían los servicios de un Tarzán o un Rambo. Suponerlo, además de evidente falta de respeto y desprecio hacia los que siguen padeciendo la injusticia, es una desproporción que descalifica a su autor.
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