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Inmunidad

Andamos todos inquietos y un punto emocionados estos días con el asunto Pinochet. Que un dictador que ha pisoteado una y otra vez los derechos humanos más elementales pueda ser mínimamente castigado por ello es una noticia que cualquier demócrata tiene que acoger con satisfacción. Más aún si concurren, como aquí, agravantes de excepcionalidad, porque todos sabemos que esto no es lo normal y que en el mundo hay cientos de regímenes políticos como el que encabezaba el dictador chileno, de su color y del contrario, a los que nadie pedirá responsabilidades y, sobre todo, a los que nadie podrá enjuiciar jamás. Cosas de la realpolitik. No deja de tener razón una colega chilena, antigua exiliada que ahora trabaja en los E.E.U.U., la cual se me quejaba amargamente el otro día de la facilidad con la que los españoles hemos olvidado nuestros propios cadáveres en el armario. Un país que no quiere saber nada de los miles de represaliados de la guerra y de la postguerra inciviles, un país que está pasando como sobre ascuas por la evidencia sangrante de las víctimas del terrorismo, hace bien en perseguir los delitos internacionales de genocidio, pero no es el más indicado para ufanarse de ello. Mas a lo que íbamos. Se da por supuesto que si los procedimientos judiciales siguen su curso, Pinochet será extraditado a España y el juez Garzón podrá llevar adelante un juicio de sentencia seguramente condenatoria, aunque la edad del procesado le eximirá de entrar en la cárcel. Acto seguido, el dictador, humillado, tomará un avión y regresará a Chile. ¿Y cómo lo saben? Un inconveniente de la conversión de la vida en espectáculo, tan típica de las sociedades mediáticas, es que las trayectorias humanas terminan pareciéndose a argumentos de novela rosa en los que todo se sabe de antemano y la chica se casará inevitablemente con su novio. El país justiciero hunillará al perverso genocida y este saldrá por piernas a buscar refugio en su país. Sin embargo, las cosas son más complicadas. Las convulsiones derivadas de este caso en la propia República de Chile han cambiado la situación, de manera que Pinochet se encontraría un país muy diferente, un país en el que demasiadas personas han recuperado su dignidad y ya no van a callar. Un país incómodo, en suma, tanto que, a lo mejor, no quiere volver. Veamos. Lo que el procesado necesita es lo que los magistrados británicos le acaban de negar: inmunidad. Pero en el mundo existen muchos paraísos de la inmunidad infinitamente más seguros que Chile. Por ejemplo, en la misma España hay un territorio a orillas del Mediterráneo con bastantes islas de inmunidad. Al sur de este territorio hay empresas que matan lentamente a sus empleadas con las emanaciones tóxicas de los productos químicos y no pasa nada. Al norte hay comarcas enteras que parecen Chernóbil porque una central térmica situada fuera (esto es lo de menos: la economía tiene valor global) está creando su propio agujero de ozono como un atractivo turístico más. En el centro sigue sin resolverse la violación y el asesinato sádico de tres adolescentes en un turbio asunto que le han colgado a un indeseable (oportunamente desparecido), pero del que todos intuyen oscuras ramificaciones en ámbitos sociales de lo más diverso.El envenenamiento, la asfixia y la cuchillada no son las únicas especialidades locales. También es bastante popular la defenestración, procedimiento consistente en dejar de cumplir las normas de seguridad para que los albañiles se caigan de los andamios: esta misma semana hemos tenido varios ejemplos que, como de costumbre, tan apenas si rozaron la pátina de los periódicos, no mucho más que la lista de las farmacias de guardia, a pesar de que sólo en la provincia septentrional hubo 1.700 accidentes en nueve meses Todos estos atentados contra la naturaleza humana que siguen inmunes tienen algo en común: sus víctimas son siempre personas humildes. Pero hay otro tipo de atentados, los que tienen que ver con la libertad de conciencia y de expresión, que afectan a capas extensas de la población. Parece ser que en ese territorio se habla una lengua tan curiosa que, como en los interrogatorios policiales de la DINA, una expresión inadecuada o una palabra indebida le pueden acarrear a su emisor serios disgustos. De repente, el padre de una chica que ha venido a presentarle al novio todo ilusionada descubre con horror que a este se le escapa una palabra presuntamente extranjera, la cual tiene la virtud de torcer el rictus del futuro suegro y convertirlo en futurible. En otros lugares, a alguien le niegan el saludo o le venden la verdura peor y más cara por razones parecidas. Dicen que la cosa está a punto de arreglarse, pero de momento sigue parada. También tienen callada, no la boca, pero sí la vista, miles de personas que nacieron mirando al mar y que ahora sólo ven un muro infranqueable de cemento que se alarga de norte a sur con brevísimas brechas de luz: no hay miedo, es seguro que al paso que vamos el patio carcelario se cerrará en pocos años. Pinochet no deja de ser un anciano lloroso que sólo piensa en pasar sus últimos años lo mejor posible. En esa tierra lo tiene fácil. Refugio habitual de jubilados de medio mundo, algunos manifiestamenbte mafiosos, tiene incluso pueblos enteros en los que sólo se habla alemán y que tal vez le recuerden a su adorada Colonia Dignidad. Inmunidad por inmunidad la de aquí parece más consistente que la que le acaban de denegar. ¿A que se queda?

Ángel López es catedrático de la Universidad de Valencia.

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