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EL 'CASO PINOCHET'

El Gobierno laborista pasa su primer examen moral

El 'caso Pinochet' ha supuesto para el Ejecutivo de Tony Blair responder a la pregunta de si el partido aún tiene conciencia

ENVIADO ESPECIALPara el Gobierno británico, finalmente, la lógica fue irresistible. No la lógica de la estabilidad democrática chilena, del derecho soberano de Chile a hacer lo que le plazca con sus viejos dictadores. Tampoco la lógica de la diplomacia, del comercio internacional, ni tan siquiera la de la solidaridad europea. Todos esos factores podrían haber jugado un papel, pero la lógica aplastante a la que Jack Straw sucumbió cuando decidió no mandar a Pinochet a casa fue la lógica de la política interna de su propio Partido Laborista. Su máxima preocupación fue eludir la inevitable revuelta dentro del partido que podría haberse originado de haber dejado marchar a Pinochet; evitar el daño a todo el difícil y hábil trabajo que Tony Blair ha hecho para preservar la unidad interna al persuadir a un partido tradicionalmente de izquierdas para que abrace las contaminantes ideas de derechas implícitas en su famosa Tercera Vía.

Y curiosamente, todavía la semana pasada, todas las conversaciones en los círculos políticos británicos giraban en torno a la "agónica elección" a la que se enfrentaba el ministro del Interior, Jack Straw. Un ministro del Gobierno británico decía justo 24 horas antes de que Straw anunciase su decisión sobre el destino de Pinochet que su colega estaba ante "una decisión infernal". "Estoy muy contento, y profundamente agradecido, por no estar en su pellejo".

El rompecabezas de Pinochet ha planteado al Gobierno de Blair su primer gran examen moral. Ha sido un momento decisivo para el nuevo Partido Laborista, que ha adoptado como seña de identidad la admirada e imitada Tercera Vía de Blair. La Tercera Vía es esencialmente un intento de conciliar las posturas favorables al libre mercado con la ética socialista tradicional. Es un capitalismo compasivo. Un laissez faire con alma. Pinochet es una persona que suscita fuertes sentimientos negativos, no sólo en la gran mayoría de los parlamentarios laboristas, sino entre los miembros del partido en todo el país. Ocupa un lugar simbólico en la memoria colectiva de la izquierda británica. Robin Cook, ministro de Exteriores, fue uno de los que en 1973 cantaba en las barricadas, en español chapurreado, "¡Allende, Allende, el pueblo te defiende!"

La pregunta que obtuvo respuesta ayer, a juicio de numerosos leales al laborismo, fue si el espíritu idealista que arrastró inicialmente a sus dirigentes a la política seguía existiendo; en otras palabras, si el laborismo seguía teniendo conciencia o no. "Para la generación que está ahora en el poder, Pinochet simbolizó el mal en mucha mayor medida que cualquier otro tirano latinoamericano", afirma un miembro laborista del Parlamento, que accede a hablar en su despacho de Westminster, aunque con la condición del anonimato. "Al llegar de esta manera fatídica a nuestra puerta, Pinochet ha despertado las conciencias culpables de la dirección laborista, una dirección que ha aceptado enormes compromisos con la derecha y ha hecho grandes concesiones al vender armas a regímenes autoritarios como China y Arabia Saudí. Quienes ocupan ahora la dirección del Partido Laborista son los miembros de la generación del 68. Hemos firmado la paz con el capitalismo. Hemos extendido la alfombra roja para los asesinos de la Plaza de Tiananmen. La detención de Pinochet es un Viagra político para el partido. Nos ha devuelto nuestra vitalidad juvenil. Volvemos a estar satisfechos de nosotros mismos".

Esa satisfacción se habría disipado inmediatamente si Straw hubiera decidido enviar a Pinochet a su casa. "La reputación de Jack Straw hubiera quedado dañada para siempre. El hombre que dejó en libertad al dictador sería el Hombre de Paja [straw es paja en español] durante el resto de su vida. Sus ambiciones de llegar al poder, si las tiene, hubieran quedado aniquiladas. Yo nunca votaría por él".

Lo mismo decía Jeremy Corbyn, un parlamentario del ala izquierda del Partido Laborista al que le resultó especialmente difícil, según se dice, aceptar la Tercera Vía de Blair.

"Si Straw hubiera rechazado la solicitud española de extradición, le hubiera perjudicado enormemente dentro del partido. Le habría perseguido siempre. Y, si posee alguna ambición de poder, hubiera sufrido daños inmensos y, en mi opinión, irreversibles".

Y Straw tiene ambiciones de poder. Un buen amigo suyo, que le conoce desde muchos años antes de que llegara al Ministerio del Interior, afirma: "Jack quiere ser primer ministro algún día. Por ahora, desde luego, es un serio aspirante". Las conversaciones con otras personas estrechamente relacionadas con el Partido Laborista -ya sean miembros del Gobierno, asesores de los ministros o comentaristas políticos- llevan irremediablemente a la conclusión de que Straw hubiera sido muy torpe si no se hubiera lavado las manos en todo este asunto y no hubiera adoptado la opción de Poncio Pilatos, aparentemente blanda y políticamente cómoda, de refugiarse en la decisión de los lores y extraditar a Pinochet a España.

Al fin y al cabo, le está haciendo un favor a Tony Blair. Al apaciguar a la inquieta izquierda del laborismo y arrojarles el hueso de Pinochet para que se entretengan, Blair se va a encontrar en una situación mucho más cómoda para llevar a cabo las políticas de bienestar social, seguridad y educación que quiere desarrollar pero que los laboristas tradicionales aborrecen de forma instintiva. Y, teniendo en cuenta que se considera a Straw el ministro más cercano ideológicamente a Blair y que -pese a las protestas de Blair en sentido opuesto- los observadores políticos más serios del Reino Unido opinan que Straw consultó discretamente con Blair antes de tomar una decisión sobre Pinochet, parece innegable la lógica política interna de pasar el problema a España.

Y la lógica política externa, también. "Si le hubiéramos dejado marchar, habría sido muy perjudicial para el Reino Unido en Europa; en todo el mundo, pero especialmente en Europa", afirma el parlamentario laborista desde su despacho de Westminster. "Nos hubieran vuelto a considerar la pérfida Albión. Y habría sido una caída espectacular porque, desde la decisión de los lores, hemos sido el orgullo de Europa. El Reino Unido ha recuperado de pronto cierto prestigio, una imagen venerable de sabiduría y tolerancia como no veíamos desde hacía decenios, probablemente desde el siglo pasado. Todo el mundo tiene conciencia culpable en relación con Pinochet; nosotros hemos sido los encargados de rescatar esa conciencia y, de paso, hemos contribuido a enviar un mensaje maravilloso al mundo. Hemos atemorizado a los dictadores y a los aspirantes a dictadores en todas partes. Ese mensaje y esa imagen se hubiera evaporado si le hubiéramos dejado libre".

En cuanto al argumento de que las relaciones del Reino Unido con Chile saldrían perjudicadas en caso de una orden de extradición, Corbyn, casado con una chilena, no tiene más remedio que reírse. "Nuestra relación con España y, por extensión, con Europa, es infinitamente más importante que nuestra relación con Chile", asegura. "Y a los que hablan del perjuicio que supondría para las relaciones comerciales con aquel país, les digo: "Por favor, pero si nuestro comercio con España es 40 veces mayor que con Chile".

Otro argumento en favor de no mostrar piedad hacia Pinochet fue que el Gobierno británico, que afirma preconizar una "política exterior basada en la ética", estaría actuando conforme a la tendencia internacional de los últimos años a llevar al terreno de la justicia el mismo fenómeno de globalización que se da en la economía, las comunicaciones y los problemas ambientales. En el momento en el que la Declaración Universal de los Derechos Humanos celebra su 50º aniversario, los redactores del documento se habrían sentido satisfechos de saber que en La Haya se está juzgando a presuntos criminales de Serbia y Ruanda y que las naciones del mundo han aprobado, por abrumadora mayoría, la creación de un Tribunal Penal Internacional dedicado a perseguir las violaciones de los derechos humanos dondequiera que se produzcan. Ordenar la extradición de Pinochet es estar en la vanguardia de esta tendencia universal.

Entonces, ¿cuáles eran los argumentos en contra de la extradición? ¿Por qué se enfrentaba Jack Straw a un dilema "angustioso"?

Corbyn se queja sombríamente de "presiones estadounidenses". El Gobierno de EEUU, según sugieren también otras personas entrevistadas por EL PAÍS, está intentando discretamente convencer a Blair de que les ayude a evitar el bochorno que causaría Pinochet si, ante un tribunal español, revelara en toda su extensión el siniestro papel desempeñado por Estados Unidos en el golpe chileno de 1973. Estas presiones son forzosamente discretas, porque a Clinton le interesa tan poco como a su alma gemela política, Blair, que se le vea en público apoyando la causa del viejo dictador.

Un funcionario del Foreign Office con acceso a los cauces privilegiados de comunicación entre EE UU y Gran Bretaña asegura, en otra conversación privada, que, aunque esas presiones estadounidenses son reales, en algunas esferas se exagera su intensidad.

"En general, cuando la nueva coalición laborista de amplio espectro se encuentra ante una prueba como ésta, suele disponer de una estrategia", escribe Steve Richards, redactor jefe de política de la revista New Statesman, que tradicionalmente apoya al laborismo.

Ha sido la elección entre una gran explosión atómica y un largo periodo de guerra de trincheras. La gran explosión hubiera sido enviar a Pinochet a casa; la guerra de trincheras tradicional es la consecuencia inevitable de poner en marcha, una vez más, los lentos engranajes de la justicia.

El destino le ha jugado una mala pasada a Blair. Como dice uno de sus partidarios: "Tony creía que había enterrado para siempre la política de los años 70 y ahora esa política ha vuelto, en la figura de Pinochet, como un espectro gigante que viene a perseguirle".

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