Un negocio a base de residuos
Los tan mal afamados CFC (clorofluocarbonos) estuvieron en el origen de la creación de Acideka. Esteban Azanza, profesor ayudante de peritos, descubrió que en la elaboración de estos productos quedaba un subproducto, acido clorídrico, que se vertía directamente a las aguas. A finales de los años sesenta esto no tenía tanta importancia ecológica como la tiene hoy, sin embargo, Azanza supo que había que hacer algo. Con este subproducto y muchas ganas se lanzó al mercado. Su cliente potenciales era el sector siderometalúrgico (Orbegozo, Aristrain,...) que podía utilizar este producto para el decapado de metales (quitar la cascarilla que queda al acero cuando sale de un alto horno) y sustituir al que su usaba hasta entonces, el acido sulfúrico. Para este menester se asoció con un joven alumno de la escuela de peritos, José Luis García, y entre los dos y en casa de Azanza pusieron una oficina desde la que se comercializó el producto. Casi sin pensarlo se encontraron que lo suyo seguía siendo el reciclado. Sus clientes no sabían que hacer con el residual del decapado, un cloruro ferroso, tan contaminante como el ácido anterior. Así entre los dos patentaron a comienzos de los setenta un sistema para fabricar cloruro férrico, un producto que se usa para el tratamiento de aguas, a partir de este residuo. Casi sin pensarlo habían logrado dos objetivos: reciclar un producto altamente contaminate dando un servicio a sus clientes y contar con un producto propio. Desde ese día la empresa tenía ya dos campos de negocio: el comercial y la producción de un producto propio. Este les llevó en 1973 a abrir su primera planta en Amorebieta. Una planta que tuvieron que abandonar a finales de los años setenta con destino a Lantaron porque las dificultades administrativas les impidieron crecer en esta población.
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