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Tribuna:CRÓNICAS: JUAN CRUZ
Tribuna
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La mafia canaria

Juan Cruz

Los canarios -sobre todo los artistas canarios- se quejan de que cuando dos isleños se juntan fuera de su territorio se dice siempre que lo hacen para constituir una mafia, la mafia canaria, mientras que si hacen lo mismo dos catalanes o dos cántabros o dos gallegos, o incluso dos valencianos, se tiende a afirmar que ha nacido una corriente cultural. La suerte de los canarios la comparten los leoneses; en el ámbito cultural, a la reunión de éstos fuera de su tierra se la llama la mafia leonesa, y eso ya está tan instalado en el lenguaje que ha logrado amedrentar a unos y a otros a la hora de hacer cosas juntos. Para que no se diga. En el caso canario no cabe duda de que el acento ha facilitado la tarea de los bromistas; cómo habláis, con qué acento, majos, se suele decir en la Península cuando se nos ve juntos, sois de la mafia canaria. Es una coña, como se dice, pero es una coña que hace muy bien su trabajo.Lógicamente, esa perversión digamos benévola con la que los canarios conviven en el exterior de su territorio no ha impedido, ni mucho menos, que sigan, juntos o por separado, creando un mundo que estos días, en Madrid, alcanza una solidez de la que conviene hacer crónica. Han sido, al menos, 20 días en que diferentes creadores canarios han traído a Madrid la consecuencia de su trabajo. Primero fueron Los Sabandeños, que desde hace más de 30 años investigan en el folclor insular y en otras maneras de la música popular y que esta vez le dieron música a 19 nombres de mujer, rebuscando en la discografía universal latinoamericana; editados por una firma insular, Manzana, fueron presentados en la Sociedad de Autores por Teddy Bautista, que fue líder de Los Canarios y que desde su lugar actual como vicepresidente de esa entidad tanto ha hecho por subir el listón del respeto por la música española y, además, por acabar con el principal de los tópicos a los que se enfrentan los canarios, mafiosos o no: el supuesto aplatanamiento. Después, Fernando Delgado, que como profesional de la radio creó la ahora sepulta Radio 3 y que ahora dirige A vivir que son dos días en la cadena SER, presentó como novelista que es su Escrito por Luzbel, calificada como Francisco Nieva como la mejor novela del autor de La mirada del otro, con la que ganó el Premio Planeta.

En esa misma lista de lanzamiento, inmediatamente después la cantante lanzaroteña Rosana Arbelo puso en la calle su Luna nueva, para reconquistar al público que descubrió su voz de sal en Lunas rotas. Y esta misma semana, Pedro Guerra, el cantante y poeta de Guimar, le puso la primera voz al estreno madrileño de Mararía, la película que ha dirigido en Lanzarote Antonio José Betancor, el grancanario director de Crónica del alba. Unas líneas sobre el elenco: Mararía está basada en una novela telúrica, misteriosa, de un gran poeta de Tenerife, Rafael Arozarena, que proviene de una generación que en Canarias entronca con el surrealismo libertario ganado a Europa por personajes como Pedro García Cabrera, Eduardo Westerdahl y Domingo Pérez Minik. Su novela, publicada hace más de 25 años, ha sido un elemento más de su poesía, y fue celebrada siempre como la extraña, insólita creación literaria de un hombre que fue capaz de poner en palabras el viento interior y mental de Femés, un pueblo de leyenda en el centro de Lanzarote. A partir de ahí creó Betancor su versión fílmica, en la que se transparenta no sólo el paisaje de leyendas, sino el ámbito natural de Lanzarote, ese aire precisamente que fascinó al último premio Nobel de Literatura, José Saramago, que quizá sin sentimiento de apropiación indebida -porque él mismo lo dice- habría que incluir en esta crónica de hechos canarios recientes. Y en Mararía, un rostro, el del actor José Manuel Cervino, que por cierto cumple hoy 58 años y que aquí hace de inocente desesperado y que borda la ironía silenciosa de la que es capaz el isleño doblemente aislado.

Antes de la película, Pedro Guerra cantó su creación de Mararía: sobre aquel escenario del cine de Madrid, ante las luces que ahora le acompañan por todas partes, este chiquillo del principio del sur de Tenerife habrá recordado sus primeros años en un pub humeante del Madrid viejo: por fortuna, el éxito no es humo en su cabeza, y eso se nota en la voz.

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