El tinto lo pone el marqués
Rafael Juliá es como de la familia. Es como un cura laico que mantiene una relación cíclica con las dos ramas que el viernes sellan un nuevo escorzo en el árbol genealógico. Hace 15 años, sirvió el almuerzo en la boda del padre del novio. Hace 10, hizo lo propio en la boda del hermano mayor de la novia. Dos escenarios distintos, un número de invitados muy parejo: 1.500 personas ocuparon las tres plantas del palacio de la calle Cuna, palacio de la marquesa de la Motilla, en el convite del enlace del marqués de Huéscar con Matilde Solís; 1.450 personas se reunieron cinco años antes en el monasterio de San Jerónimo en el enlace de Paquirri con Isabel Pantoja. Es tan de la familia que una de las novedades de la boda del viernes será que los cinco mil empapantes -así denomina Rafael Juliá a las joyas de su minimalismo gastronómico- serán regados con un tinto Rioja de riguroso estreno, un Marqués de Huéscar cosecha 1994. En la celebración del enlace Paquirri-Pantoja en 1983 el cubierto costó algo más de 10.000 pesetas. De acuerdo con el incremento experimentado en el IPC (Índice de precios al consumo), esa cantidad se habrá triplicado en 15 años. Rafael Juliá representa la tercera generación de una saga que arranca en 1918 cuando un leonés llamado Cayetano García Carro, su abuelo, se hizo en la Campana con el café París. Cada gremio tenía su espacio: la mesa de los médicos, la de los tratantes, la de los comerciantes. Y los comediantes que cerraban el local. Una herencia genética para atender a gente de ambientes tan diversos como los que se darán cita el viernes. El padre de Rafael Juliá era el mozo de espadas de don Cayetano y terminaría siendo su yerno. La madre del restaurador, doña Pilar García, revolucionó el negocio familiar. Es un personaje fundamental en la historia gastronómica de Sevilla trazada en su ensayo por Isabel González Turmo. En 1947, el mismo año que Cayetana de Alba se casaba en primeras nupcias, doña Pilar servía el banquete en honor de Evita Perón. Hizo gala de alta diplomacia; resistió a las presiones del régimen que intentaron en vano convencerla para que le sustituyera el nombre al bar Gibraltar; se hizo con el servicio de comidas en las casetas de Feria del Mercantil y el Círculo de Labradores y sólo accedió a cambiar el nombre de la ensaladilla rusa por sevillana para no ser tildada de leninista. Rafael es el benjamín de los cuatro hijos varones de doña Pilar. Sirvió a los Reyes de España el primer banquete en los Alcázares en 1976, un escenario que había sido coto cerrado de Franco y sus ministros. Ha tenido como clientas a la reina de Inglaterra y a la duquesa de Alba, aunque no en el mismo banquete. Tiene 60 años, más de la mitad sirviendo bodas. El mismo sábado, el día siguiente a la boda del año, su servicio de catering -que atendió un 85 por ciento de este tipo de comida a domicilio en la Expo- tiene cuatro servicios matrimoniales, incluido el aniversario de la boda de otro torero, Manuel Díaz El Cordobés, con Vicky Martín Berrocal. El padre de esta joven, el ganadero Martín-Berrocal, era presidente del Recreativo de Huelva cuando Juliá colgó sus botas como futbolista después de jugar en el Betis de Daucik, el Levante y el Recre, en el que llevó el brazalete de capitán. Es capitán de un equipo de unos 230 camareros que servirán la boda del torero y la duquesa. "Los dos son amigos míos y sé que se quieren". Guarda mutismo sobre el menú. "El menú no me pertenece a mí, sino a la duquesa de Alba y a los novios". "La gente está esperando, la espera crea morbo", dice Juliá en su cuartel general del Puesto de los Monos. Pimientos rellenos y frito variado en el menú de ayer. Quien da de comer a los reyes, es rey de los fogones. "Si no rey, marqués de los Gratines", bromea el emperador de los canapés gratinados, padre de cuatro hijos y casado con Rocío, reina de las camareras.
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