De paseo por la historia
Una marcha cultural de 15.000 personas recorrió los rincones del Madrid castizo
La ciudad esconde sus recovecos más preciados a los ojos de los que van con prisa; casi todos los madrileños. Para percibir los detalles urbanos más bellos hay que bajarse del autobús, del coche o salir del metro y recorrer paso a paso las callejuelas más antiguas. Madrid está plagada de rincones cargados de historia que normalmente pasan inadvertidos o incluso se desconocen. Unas 15.000 personas decidieron desacelerar el trepidante dinamismo de la ciudad para dedicar la soleada mañana de ayer a patear el legado histórico de la ciudad en un recorrido organizado de ocho kilómetros. La caminata cultural se combinó con la actuación de actores disfrazados como los personajes más emblemáticos del siglo XIX en la ciudad. "¡Baja, Clarita, o tendré que ponerme a robar!", gritaba contra la fachada del número 2 de la plazuela de San Javier un sucedáneo de Luis Candelas, un bandolero madrileño que vivió en el siglo XIX y fue condenado a muerte por sus fechorías. Candelas llamaba a su novia, Clarita, la hija de un corregidor. A los participantes en el paseo histórico les sorprendió el trabuco del bandolero. Pero a una vecina del inmueble, Charo Moreno, de 35 años, no le convenció la escena. "Clarita no vivía ahí, sino en la calle del Sacramento. Este inmueble era un adherido al Palacio de Justicia y lo utilizaba la Inquisición. En los sótanos hay mazmorras en las que se encarcelaba a los herejes", explicó Moreno.
Unos pasos más adelante, los caminantes llegaron a la confluencia de las calles del Cordón y de Segovia, "el rincón más antiguo de Madrid, donde estuvieron los primeros asentamientos", según se leía en uno de los carteles informativos que había a lo largo del recorrido.
En la calle del Almendro, los paseantes más descuidados se mojaron. Al grito de "¡agua va!", una dama, apretada en un ceñido corsé, arrojaba un cubo de aguas sucias desde un segundo piso. La escena era cotidiana en Madrid hasta que se construyó el alcantarillado.
Poco después, don Hilarión Ruiz, un boticario que ejercía como soltero de oro en el Madrid del siglo XIX, se dejaba fotografiar con dos chicas mientras les cantaba el clásico "una morena y una rubia, hijas del pueblo de...", en honor al color de sus melenas.
Ya en el parque del templo de Debod, un rejuvenecido Velázquez montaba su caballete y, en un lienzo imaginario, recogía la estampa que se presenciaba de la Casa de Campo. En esta zona verde estaba instalado el avituallamiento de la marcha.
A paso lento, la caravana humana regresaba al punto de partida, la plaza Mayor. Por una vez, y sin que sirva de precedente, los peatones gozaron de preferencia sobre los vehículos contaminantes.
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