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46º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

El inglés McKellen, el francés Guédiguian y el español Fernando León, favoritos esta noche

Cierran la sección oficial el estadounidense Brian de Palma y el argentino Alejandro Agresti

El actor inglés Ian McKellen y la película norteamericana que protagoniza, Dioses y monstruos; el francés Robert Guédiguian, director de De todo corazón, y el español Fernando León, realizador de Barrio, son los tres nombres que más alto y de forma más persistente suenan en los pronósticos sobre quiénes serán los triunfadores esta noche. También los críticos de cine acreditados coinciden en dar las más altas puntuaciones a sus obras. El filme del argentino Alejandro Agresti El viento se llevó lo que cerró anoche el concurso, y fuera de él se exhibió Snake eyes, de Brian de Palma.

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En el panel donde el periódico El Diario Vasco recoge diariamente las puntuaciones, de 1 a 10, con que los críticos de cine acreditados en el festival donostiarra comprimen sus apreciaciones de todos los filmes en concurso, las máximas calificaciones se las llevan las tres películas citadas. Con una media de 8,2, Dioses y monstruos, dirigida por Bill Condon, y Barrio se sitúan a la cabeza, seguidos muy de cerca, con una media de 7,9, por De todo corazón. Público y crítica parecen estar de acuerdo pues esas mismas películas fueron las recibidas con más calor.Los filmes que les siguen lo hacen con un salto numérico hacia atrás bastante pronunciado: 6,4 la estadounidense Amigos y vecinos, y 6 puntos la iraní Don y la francesa Finales de agosto, primeros de septiembre, que se merecen un premio. Las restantes superan en pocas décimas el rasero de los cinco puntos, y sólo una, la española Frontera Sur, está por debajo de esa cifra, en 4,1 de media.

Queda fuera de este cómputo, por lo general bastante fiable, la película argentina El viento se llevó lo que, que concursó ayer y la puntuación media que ha alcanzado queda fuera del alcance de esta crónica. Fue bien recibida por el público y es una comedia alegórica graciosa y con encanto, en la que Ángela Molina y el gran actor francés Jean Rochefort hacen un precioso dúo interpretativo, al frente de un reparto muy vivo y suelto de estupendos actores argentinos.

Esta agradable película puede también obtener algún premio, pero le perjudica su excesiva levedad argumental, que da materia para un mediometraje de una hora escasa. Pero su alargamiento a hora y media por su guionista y director daña, superficializa e hincha algunos de sus muchos circunloquios, a los que les falta hierro dentro o les sobra aire. Que es lo que le ocurre también a la -premiable, pero no mucho- japonesa Última vida, otra película alegórica que padece el mismo mal de hinchamiento, cosa que se está convirtiendo en un vicio recurrente de gran parte del cine actual. Y, atención, que si esta película, como la argentina, huele a premio, el almíbar británico endulzador del horror de la pedofilia A kind of hush apesta a premio, a sucio, a cobarde premio.

Igual desajuste entre materia narrativa y duración daña gravemente a la película mexicana Un embrujo, a la que un severo peinado a punta de tijera (artístico, no censorial) beneficiaría mucho. Y esta película lleva dentro una magnífica interpretación de Blanca Guerra, que, junto a las actrices francesas Victoire Ledoyen, en Finales de agosto, primeros de septiembre, y Ariane Ascaride, en De todo corazón, es una seria aspirante al premio de interpretación femenina. En lo que respecta al equivalente masculino, no hay más opción que ésta: Ian McKellen o IanMcKellen, y de no ser así el jurado entraría en los dominios del puro disparate, porque lo que hace en Dioses y monstruos el actor inglés es eminente. Su construcción del que fue su colega y compatriota James Wahle, creador del mito moderno de Frankenstein, quedará como una de las más sutiles y hondas interpretaciones del cine de los últimos años.

Esperanza perdida

Cerró la sección oficial, fuera de concurso, la última película realizada por el célebre cineasta estadounidense Brian de Palma, que últimamente no nos tiene acostumbrados a verle dar muchos tiros certeros en la diana.El arranque de Snake eyes es tan brillante que por un momento resulta prometedor y parece que estamos a punto de recuperar el gran talento que antaño todos vimos en el celuloide de este irregular hombre de cine. La película contiene un plano de tipo secuencial, realizado en una sola y complejísima toma de 17 minutos, que es toda una prueba de fuerza, un desafío a lo grande, que recuerda a los que tanto gustaban a Orson Welles, y que este virtuoso de la cámara resuelve con una soltura maravillosa si se tiene en cuenta la extremada dificultad que entraña.

Y sentimos en la piel de los ojos que estamos recuperando de pronto el, durante tanto tiempo extraviado, talento de Brian de Palma. Esperanza perdida, porque cuando la película, después de esta media hora inicial realmente cautivadora, gira en seco buscando otro punto de vista que le permita progresar y seguir manteniéndonos en vilo, entonces da la vuelta y se viene abajo estrepitosamente, haciendo avanzar la intriga a trompicones, entre insalvables arritmias, de mal en peor, hasta llevarnos a otra nueva, y enésima, frustración.

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