CINE Mururoa, mon amour
En 1954, una modesta producción del estudio japonés Toho, Japón bajo el terror del monstruo, ponía en el Olimpo de la ciencia-ficción catastrófica a un entrañable ser de pesadilla, Gojira, popularizado en occidente como Godzila. Su éxito confirmó entre los seguidores de Sigfried Kracauer las intuiciones de éste con respecto al cine fantástico alemán de Weimar: que en época de grandes tribulaciones, el cine de terror ofrece una radiografía fiable de los temores del inconsciente colectivo de una sociedad.Que Japón había sufrido en carne propia los horrores de la modernidad no hay que recordarlo: Hiroshima y Nagasaki arrasadas por las bombas atómicas americanas han quedado como una muestra terrible del papel de la ciencia aplicada a la destrucción masiva, y Gojira era ante todo una resurrección pesadillesca de ese trauma.
Godzilla
Dirección: Roland Emmerich. Guión: R. Emmerich, Ted Elliott, Terry Rossio y Dean Devlin, según el personaje creado por la Toho Co. Fotografía: Ueli Steiger. Música: David Arnold. Producción: D. Devlin, EEUU, 1998. Intérpretes: Matthew Broderick, Jean Reno, Maria Pitillo, Hank Azaria, Kevin Dunn. Estreno en Madrid: cines Lido, Canciller, Dúplex, Gran Vía, Ideal (V.O.S).
Tiene bemoles que una película de nacionalidad estadounidense vuelva a proponer ahora las peripecias del monstruo japonés achacando la culpa de su resurrección a las pruebas atómicas francesas en Mururoa. Pero en fin, de eso va la cosa: de volver a poner en circulación a la voraz criatura mediante un guiso con abundantes elementos spielberganianos: el diseño del monstruo, a medio camino entre el original y los dinosaurios de Parque Jurásico; la copia de los desmanes de los velocirraptores, aquí los multiplicados hijos de Godzilla asolando el Madison Square Garden.
Falta de humor
Roland Emmerich, especialista alemán en cine de acción pero también en productos de un desembozado, sucio militarismo, de Soldado universal a Independence Day, por mencionar un par de ellos, es el encargado de llevar la operación a buen puerto. Lo hace a partir de un guión en el que abundan situaciones inverosímiles y rasgos típicamente americanos: el científico altruísta y despistado que va por el mundo analizando los desmanes atómicos de otros -Chernobil, Mururoa-, una crítica abierta a los políticos encarnados por el alcalde de Nueva York, mientras la ficción pone a buen recaudo a los honestos, sensatos, simpáticos chimpancés de uniforme; el papel en el fondo positivo de los medios de comunicación en situaciones de catástrofes...Le faltan a la película, no obstante, considerables dosis de humor: sólo el improbable personaje que encarna Jean Reno, a quien se le permiten respuestas graciosas, parece capaz de insuflarle algo de vida.
Tiene, además, carencias impensables en un producto en el que se han gastado tantos millones: por ejemplo, unos actores imposibles, empezando por la Pitillo y terminando por todo el resto de la nómina.
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