La plaza de Illumbe entra en la historia del toreo
Los donostiarras que estaban a favor de la construcción de una plaza de toros en su ciudad, tuvieron en Manolo Chopera su principal valedor. Se puso al frente de una entidad que tiene un nombre algo futbolero, Nuevo Desarrollo de Anoeta, S. A., y en ocho meses se dio el milagro. Ayer fue el día señalado.Por la mañana tuvo lugar el acto de bendición de la plaza, con la colocación de una placa fijando aquel momento único. Asistieron numerosos invitados, con la presencia del Consejero del Interior, Juan María Atutxa, el diputado general de Guipuzcoa, Román Sudupe, el alcalde de San Sebastián, Odón Elorza, entre otros conocidos de la política y de la sociedad civil.
Muchos personajes del mundo del toro pisaron la arena amarilla del coso. Ganaderos como Álvaro Domecq, su hijo Álvaro, más los Luis Algarra, y su hijo Luis, Fernando Domecq, Sánchez Arjona, Victorino Martín, y una nutridísima representación de los medios de comunicación (prensa escrita, radios, televisiones)...
Tres cuartos de hora antes de la hora de la corrida, una tamborrada recorría el ruedo, en tanto las gentes acudían a la plaza. Con un aurresku de honor se daba por inaugurada la plaza de toros de Illumbe. Luego el paseíllo de los tres espadas, José María Manzanares, Enrique Ponce y Francisco Rivera Ordóñez, ponía en marcha ese día memorable.
Como puntos dicotómicos cabe poner enfrente las palabras pronunciadas por Manolo Chopera , a los postres del almuerzo celebrado en los bajos de la propia plaza de toros, y las dos pancartas que portaban los antitaurinos. En tanto Chopera hacía votos para un futuro esplendente para San Sebastíán y su feria de toros, los grupos contestarios aludían al españolismo que conforman la fiesta de los toros. Las palabras de Chopera fueron pronunciadas hacia las cuatro de la tarde, y los gritos antitaurinos se escucharon antes de dar comienzo al festejo. Poco después, no quedó rastro de protesta alguna. La corrida empezó. Sonaron los claros clarines.
En los asientos corridos se poblaba de gente, aunque sin que hablemos de un lleno hasta reventar. Todavía un nuevo testimonio apareció en una de las grúas gigantes que hay detrás de la plaza, pero muy pegada a ella. Un joven, como un personaje de la película de Buñuel Simón del desierto, vocifera en lo alto de la grúa. Fue nada más empezar la corrida. Unos ertzainas le convencieron para que bajara y dejara de hacer el berebere. Bajó y ya no se supo más de èl.
El acontecimiento quedará en la historia. Habrá quienes guarden la entrada como amuleto. Con el paso de los años podrán decir que ellos estuvieron allí. En un papel de color verduzco aparece la plaza con techumbre y todo, con el estadio de Anoeta muy próximo y al fondo La Concha.
Babelia
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