Brindis a Chopera
Los tres espadas brindaron sus primeros toros a Manuel Chopera, que es el promotor y empresario de la nueva plaza de toros de San Sebastián, llamada Illumbe. Fue como cuando va el Rey, que también los espadas le brindan sus primeros toros y las crónicas lo dicen tal cual. Chopera, con los brindis, estaba emocionadísimo. Una vez le ovacionaron y saludó montera en mano.La autoridad de Chopera se reconoce en el mundo de los toros. No llega a tanto como la de un rey, pero le llaman el lehendakari, que en algo se aproxima, seguramente por razones de similitud en cuanto concierne a la potestad y al respeto reverencial, y porque además mide dos metros, lo que impone muchísimo. En el mundillo taurino, donde abundan los bajitos, uno que mida dos metros tiene siempre razón.
Torrestrella / Manzanares, Ponce, Rivera
Toros de Torrestrella, escasos de trapío, varios anovillados, flojos, algunos inválidos, manejables en general, 1º y 5º patueños.Manzanares: dos pinchazos, media estocada tendida, rueda de peones y descabello (ovación y salida al tercio); metisaca bajo, rueda de peones, pinchazo bajo, estocada corta a paso banderillas y rueda de peones ( algunos pitos). Enrique Ponce: estocada trasera (oreja), estocada trasera- aiso con dos minutos de retraso- y descabello (dos orejas), salió a hombros. Rivera Ordóñez: estocada perpendicular trasera caída, rueda de peones y descabello (aplausos y saludos); estocada trasera (escasa petición y vuelta). Plaza de Illumbe, 11 de agosto. Inauguración del coso y 1ª corrida de la Semana Grande. Lleno
Chopera puede añadir ahora el argumento incontrovertible de la plaza de toros, obra suya, que pudo inaugurarse sin faltar nada. Cierto que aún queda por instalar la cubierta, mas nadie la echó en falta. Antes al contrario, al aire libre se respiraba mejor; venía a ratos la brisilla del mar, liberadora de los calores que está produciendo una canícula densa y sofocante; los olés no retumbaban estridentes en ninguna pared sino que se perdían en la infinitud del firmamento donde los dioses gozan con el toreo bueno.
No se sabe exactamente qué entienden por toreo bueno los dioses, si bien corren rumores de que les gustan los pegapases. O no se entiende. Pues toro pastueño que salta a la arena le cae en suerte a un pegapases, que se harta de pegarlos, preferentemente en la modalidad del derechazo. Enrique Ponce, maestro de la especialidad, pegó derechazos por docenas, algunos naturales también, se gustó en los cambios de mano y en las suertes denominadas de pecho, acabó con los ayudados arqueando la pierna, remató mediante el abaniqueo que forma parte de su habitual repertorio y ya iban a dar las tantas -llevaba más de 10 minutos sumido en la faena- pero a nadie importó: el presidente demoró el aviso, la plaza estaba convertida en un delirio.
Puestos a pegar derechazos, Manzanares los instrumentó con más cadencia aprovechando la excepcional boyantía de su primero. No los ligaba, es cierto, pero este fundamento del arte de torear ya no lo practica nadie. Los actuales pegapases dan el muletazo y aprietan a correr; así de sencillo. Claro que un cierto decoro aún se exige y por este motivo le reprocharon a Manzanares el desorden muletero y las precauciones que tomó ante las encastadas embestidas del cuarto toro.
Ponce, sin ir más lejos, al toro segundo, que a veces echaba la cara arriba, le presentó pelea y el público le premió el pundonor con una oreja. Rivera Ordóñez faenó asimismo voluntarioso aunque la tosquedad de su toreo limitó los entusiasmos. O dicho de otra forma: no puso al público en pie, pese a lo propenso que estaba a ponerse en pie el público donostiarra.
Hay quien lo atribuye a las características de los asientos. Los asientos del nuevo coso están hechos para vascos -para quién, si no-, y a los que no dan la talla les cuelgan las piernas. A lo mejor los ha diseñado Chopera a su medida. Junto a las almohadillas deberían alquilar ladrillicos para posar los pies.
De todos modos, la plaza es muy cómoda. Por la verticalidad y la uniformidad del graderío su aspecto recuerda a la Monumental de México, salvando que ésta es cinco veces más grande. Cuenta con amplios accesos, escaleras bien distribuídas, vomitorios suficientes, y entre filas hay distancia sobrada para que nadie le meta las rodillas en los riñones al vecino de delante, según suele acontecer en otras plazas, por ejemplo la madrileña de Las Ventas.
Hablan de lo bien concebidas que están las instalaciones complementarias, sobre todo la extensa zona de corrales y chiqueros, que es el territorio del toro. Sólo falta un pequeño detalle: el toro. El toro: ese fiero animal, con trapío y dos hermosos cuernos -mejorando lo presente-, imprescindible en la fiesta brava y exigible sin excusa alguna en una plaza de primera.
La plaza de San Sebastián es, efectivamente, de primera. El toro que soltaron para su inauguración, sin embargo, era de segunda. Quizá de tercera.
Babelia
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