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Jurados y juzgados

Se podía haber hecho peor; pero no es fácil. El Ministerio de Educación y Cultura se ha superado a sí mismo en lo que es, por ahora, el último episodio de la ópera bufa del Museo del Prado. Tras la firma, aprobada por el Papa y presidida por Aznar, del acuerdo de cesión al Prado del claustro de los Jerónimos, el secretario de Estado de Cultura y el director del museo convocaron el pasado miércoles a los diez equipos de arquitectos que resultaron finalistas en el malhadado concurso fallado hace dos años, con el propósito de invitarles a participar en un nuevo concurso restringido, en el que pueden inscribirse antes del 14 de agosto. Ante el desconcierto de los arquitectos, las autoridades del ministerio les suministraron los dos proyectos que deben revestir: el de la ampliación del Prado propiamente dicha, un edificio de cinco plantas de autor anónimo, y el del anejo a la iglesia de los Jerónimos, un bloque de ocho plantas firmado por Francisco Jurado.El proyecto anónimo, aprobado por el Patronato del museo, distribuye rutinariamente en dos sótanos y tres plantas sobre rasante los espacios para exposiciones temporales, talleres, almacenes y despachos, indicando desde los conductos de instalaciones hasta los paneles de información museográfica, pero organizando de forma deplorable circulaciones y accesos. El conjunto ocupa el dado del claustro de los Jerónimos y una alargada e incómoda cuña que sirve como vestíbulo y que se enchufa torpemente con dos corredores al edificio de Villanueva: ésta es la ampliación que los concursantes deben, aparentemente, "proyectar". Por su parte, el anejo a la iglesia diseñado por Jurado contiene, además de algunas dependencias parroquiales, nada menos que 105 plazas de aparcamiento en tres sótanos, además de ocho viviendas de dos y tres dormitorios en las dos plantas superiores; y en este caso los participantes en el concurso deben limitarse a proponer una nueva fachada.

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En realidad, los dos edificios que ocuparán el claustro de los Jerónimos están ya sustancialmente proyectados, y de los arquitectos sólo se espera que dibujen un envoltorio. Claro que, a tono con esa jibarización de su papel, los diez equipos sólo dispondrán de diez semanas para su trabajo, debiendo entregar las propuestas el próximo 15 de octubre. El asunto sería cómico si no fuese bochornoso. De tener la arquitectura un juzgado de guardia, habría que presentarlo allí inmediatamente. Y ése es casi el único recurso que parece quedar en estos tiempos judicializados, en los que la temperatura de la opinión la dictan los tribunales, de Barrionuevo y Vera a Clinton y Lewinsky, y del Tour de Francia a los hermanos De Boer. Pero hasta los propios arquitectos andan metidos en pleitos -el Colegio de Madrid tiene, por primera vez en su historia, dos decanos simultáneos, enredados en una gresca judicial- y habrá que confiar más bien en la providencia divina. El jurado del concurso, del que forman parte dos representantes del Arzobispado, hará público el fallo antes del 15 de noviembre: esperemos que les ilumine el Espíritu Santo.

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