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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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El periodismo civil

Juan Cruz

A Francisco Javier SatuéLe veías detrás del humo del cigarrillo que le mató, asmático y cansado, con sus ojos agachados detrás de sus gafas cortadas, comiendo como un pajarillo unas virutas de jamón serrano. De pronto dejó de escuchar y preguntó a los concurrentes:

-¿Y quién hace aquí el periodismo civil?

Era a principios de los años ochenta, y el hombre era Leonardo Sciascia. Él era un periodista civil de Italia, y tiempo después sería el cronista rabioso del caso Moro, el látigo de la Mafia y la conciencia moral de su propio país. Entonces España estaba en medio de la última transición, la que trajo al poder a los socialistas y la que puso en los labios de la gente, tantos años después, la palabra entusiasmo, el contenido de una antigua ilusión. Él, Leonardo Sciascia, quería saber entonces cómo habíamos pasado por encima de los rescoldos de la dictadura, cómo se estaba tratando la memoria para que no fuera una herida abierta, pero también quería saber si ante los hechos que habían quedado en el recuerdo se estaba haciendo algún tipo de prospección civil que impidiera el olvido. Fue entonces cuando hizo esa pregunta:

-¿Y quién hace aquí el periodismo civil?

La expresión no sólo parecía una pregunta, sino una incitación y una historia, y también un propósito. No puede recordar el cronista qué le respondieron a Leonardo Sciascia, pero sé que muy pronto empezaron a hablar de filósofos jóvenes y fue entonces cuando el viejo testigo de Italia, este periodista civil que fue Leonardo Sciascia, descubrió el nombre de Fernando Savater, a quien enseguida tradujo en Italia. Luego, Fernando Savater sería aquí mismo periodista civil, testigo implacable del mayor drama de la democracia, que es el del nacionalismo terrorista, que amenaza y mata en Euskadi, y que es tan atroz que ya tiene siempre aniversarios: el de Ortega Lara, el de Miguel Ángel Blanco, el de todas las muertes. Ante eso vale la palabra y vale el silencio, pero Savater optó por la palabra, y ésa es una opción civil que a él le cuesta pintadas y persecuciones y gritos y susurros, y, aun así, sigue con su uña, como si estuviera escribiendo con ella pintadas indelebles en la piel de Euskadi. Periodismo civil. Eso es periodismo civil.

Y la democracia española construyó su propia memoria perversa, su crimen inverso, su horror moral, y ese caso, que es el caso GAL, ha tenido su propio protagonista civil, un símbolo en Segundo Marey, un hombre enfermo y perplejo que quiere cerrar con sus propias manos la puerta donde vivió su horror; ese caso está teniendo en el Tribunal Supremo su desfile de podredumbre, y está teniendo en este mismo periódico un cronista civil que apunta, al lado de periodistas que resumen como si estuvieran ante una metáfora de nuestra época, hasta la respiración de lo que pasa; ese periodista civil es Antonio Muñoz Molina, que pasa su propia sensibilidad sobre las fotografías que ya eran sepia y que en este momento se tornan de pronto en el blanco y negro imborrable de los daguerrotipos. Ese periodismo civil que marca en el agua del tiempo lo que pasó y lo que está pasando es lo que puede contribuir en este país y en Europa a cumplir con el viejo refrán moral de Scalfari: "¿Qué es periodista? Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente".

Años después, echado en la cama de un hospital de Milán, aquel hombre cansado, asmático, oculto detrás de las sábanas azules de su cama final, nos preguntó:

-¿Y los españoles, son felices?

Él nos había dicho una vez:

-¿La felicidad? Es un instante, un momento en que uno recuerda todo y uno lo comprende todo; entonces ya se puede morir feliz.

No sé si lo comprendió todo, si tuvo ese instante, pero hoy ha venido a la memoria su hombría civil, su coraje dentro de aquel cuerpo gastado por el cansancio, la melancolía pegada a sus ojos como si fuera tan natural en su mirada como el reflejo habitual del humo del cigarrillo que acabó matándole.

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