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La nota que colmó a Rato

Luis R. Aizpeolea

El informe del pasado mes de marzo del jefe de la Oficina Presupuestaria de La Moncloa, José Barea, muy contradictorio con las declaraciones del Gobierno sobre el estado de sus cuentas públicas, ha sido la gota que ha desbordado el vaso, al menos el de la paciencia del del ministro de Economía y Hacienda, Rodrigo Rato. Las previsiones económicas y financieras de Barea han sido continuos jarros de agua fría sobre las excelencias de las grandes cifras económicas que esgrime la propaganda oficial del Gobierno.Pero el caso es que Barea está ahí porque lo quiere el presidente del Gobierno. Siendo José María Aznar líder de la oposición prometió una oficina presupuestaria en La Moncloa para controlar las cuentas públicas, de cuyo derroche acusó al Gobierno socialista. Fue una de las promesas electorales más vendidas y a su frente colocó a un veterano profesor, independiente y de gran prestigio tanto nacional como internacional.

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Desde su acceso al cargo, Barea, en cumplimiento de la función asignada en su orden de nombramiento del 10 de mayo de 1996, no ha dejado de contradecir al Ejecutivo. La primera vez, lo hizo nada más llegar al Gobierno sugiriendo, a la vista del estado de cuentas, que las nuevas pensiones debían revalorizarse menos que el índice de precios al consumo (IPC). Poco después extendió el plan al resto de las pensiones en un momento en que el Gobierno defendía el mantenimiento de su poder adquisitivo.

Otro debate polémico que abrió Barea fue su propuesta de pedir a los pensionistas la devolución del exceso percibido como consecuencia de la subida del IPC por debajo de las previsiones presupuestarias del Ejecutivo. El Gobierno hizo lo contrario. Decidió por ley garantizar el poder adquisitivo de las pensiones.

También a la vista de las cuentas sanitarias llegó a proponer el cierre de los hospitales no rentables. Pero numerosos expertos coinciden en que lo importante de los informes de Barea no son sus propuestas, sino los análisis descarnados que hace de una realidad que no coincide con la oficial.

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