Antonio Tabucchi: «No concibo la literatura y la vida sin manchas»
El escritor italiano Antonio Tabucchi recibió el pasado martes en Bilbao la Pluma de Plata, el galardón que entrega el gremio de libreros de Vizcaya por la obra más vendida en la Feria del Libro de 1997, su novela La cabeza perdida de Damasceno Monteiro.Pregunta. ¿Es usted partidario de compartir con los lectores el secreto de sus personajes?
Respuesta. Sin querer hacer una metafísica barata, es verdad que nos unimos a los personajes de una novela de una manera muy personal. Son un poco como los amigos.
P. ¿Están esos personajes bajo su control absoluto?
R. Todo va bien cuando el personaje me cae simpático. El problema aparece cuando no le caigo simpático yo a él. Entonces se complica la situación.
P. Es curioso que una de las claves del éxito de su novela Sostiene Pereira se deba a la introducción del verbo sostener?
R. Sí, es verdad. En el fondo ayuda a quedarse en la ambigüedad, porque se refiere a un hecho real o que parece real, pero al mismo tiempo tiene algo de suposición, y eso puede despertar el interés del lector.
P. ¿Qué nos indica Fernando Pessoa cuando aduce que «hay más metafísica en el mundo que chocolatinas»?
R. Eso depende de los países. En Suiza es posible que haya más chocolatinas que metafísica.
P. La reedición de su primer libro, Piazza d'Italia, que usted publicó en 1975, muestra a un Tabucchi que quiere contarlo todo, está escrito con pasión, sin temor a aparecer un escritor sentimental y tierno. ¿Añora aquel tiempo lleno de carga poética?
R. Como persona, me gusta añorar. Pertenecer a mi manera de ser. Cada libro pertenece a una época de la vida. Ese libro es el Tabucchi de aquella época, de aquellos amigos. Es un momento de vida para el autor, es su vida.
P. ¿Hablar y escribir es una manera de convertirse en un completo desconocido?
R. Es una búsqueda, es un viaje, es una voluntad de conocimiento, y es, asimismo, un juego, un disfrute. La escritura no se puede inscribir en una sola definición. Hay muchos elementos que entran en acción, y todos esos elementos son o pueden ser plausibles.
P. En sus escritos se nota un interés muy especial por lo español. Aparece la guerra civil, García Lorca como fijación, Barcelona, ciudad carísima a su corazón, y hasta el Real Madrid compitiendo con equipos portugueses.
R. Conozco España desde hace muchísimos años. Conozco, sobre todo, la literatura, un poco la cultura y un poco la historia. Los cursos de literatura española que me tocaron en la universidad me fueron dados por un excelente profesor, a quien recuerdo con gran estima. Hizo un recorrido por la guerra civil que me gustó muchísimo. España es una parte de mi vida, y la quiero mucho.
P. En su vida está sobre todo Italia, luego Portugal y después España, por lo que dice. ¿Y Francia?
R. A través de Pereira está el interés por Francia. Al final de la novela, Pereira escoge, entre varios pasaportes falsos, el francés. Entra en una falsa identidad francesa. También Francia es parte de mi vida. Cuando acabé el liceo pasé una temporada muy larga en París. Fue un año que marcó muchísimo mi formación. Estuve de oyente en la Sorbona. No quiere decir nada, pero es elegante, y era una manera de justificar ante mis padres mi viaje a Francia. Fue sin duda una ventana abierta al mundo para un joven de 20 años.
P. De su obra Sueños de sueños se ha dicho que posee concomitancias con la Historia universal de la infamia, de Jorge Luis Borges. ¿No existe una relación mayor con la obra de Marcel Schowb Vidas imaginarias, que es muy anterior? ¿En esa tríada se entenderá mejor a Tabucchi?
R. Sí, por qué no. Es un poco como el juego de las tres cartas. A mí Marcel Schowb me ha gustado siempre muchísimo. Borges, es superfluo decirlo. A veces las coincidencias no son conscientes, porque, como decía el propio Borges, «la literatura no es un tren que corre por la superficie, sino un río que corre en profundidad y de vez en cuando asoma».
P. ¿Se considera escritor de las pequeñas grandes cosas?
R. A mí me gusta la vida de cada día, con sus pequeñas cosas. Creo que en el fondo nuestra vida es la suma de esas pequeñas cosas. Tienen que existir los filósofos y los escritores que nos explican el sentido más último de una vida. Yo vivo para el sentido más inmediato, que muchas veces es muy pequeñito.
P. ¿Cree que la cobardía ha producido las páginas literarias más valientes de nuestro siglo, como las de Kafka?
R. La cobardía y, paradójicamente, el coraje de ser cobarde. Es el caso de Kafka, a quien observamos que quiere mirar el absurdo en los ojos, sin ningún punto de vista práctico. Pero la intervención práctica no pertenece a los escritores. Pertenece a las personas que hacen otras cosas, otras funciones.
P. Cuando el escritor quiere quitarse el antifaz, ¿se da cuenta de que lo tiene pegado a la cara y les imposible quitárselo?
R. Esto es una cosa que pertenece mucho a nuestro siglo. Es algo que empieza con Unamuno en Niebla, con Pirandello, y que Pessoa lo lleva hasta las extremas consecuencias. Pero el discurso sobre nuestra identidad, lo que son efectivamente nuestras verdaderas, entre comillas, «caras», me parece una preocupación muy grande del siglo XX.
P. ¿Hay identificación entre ser buena persona y buen escritor, o en la literatura no tiene por qué haber relación directa entre la realidad y ficción?
R. La literatura participa de la vida. Ahora bien, una persona puede ser una persona magnífica y tener la gastritis; se puede ser una estupenda persona y un pésimo escritor; y se puede ser una persona muy antipática y ser un buen escritor.
P. ¿Qué tanto por ciento de los poetas Montale y Ungaretti vive en el espíritu de Tabucchi?
R. Son los dos polos de la literatura italiana. Montale posee un repertorio muy variado, muy largo. Empieza con una reflexión existencial sobre la vida, como son los poemas que tradujo al español Jorge Guillén; después pasa a una visión metafísica, y al final de su vida llega a una visión de la vida muy avinagrada. Ungaretti tiene el sufrimiento del hombre que ha hecho la primera guerra mundial en las trincheras, ahí ha descubierto la miseria; además vive en Francia, ha nacido en la Alejandría de Egipto y, para recoger todas sus células, tiene que volver a Italia.
P. ¿Es el sueño fundamental en su escritura?
R. El sueño es muy importante para la humanidad. Desde que el hombre aparece como hombre cultural, su preocupación reside en codificar y descifrar los sueños. Empezaron los asirios, los caldeos, después los griegos. Los antropólogos se refieren a ello con la palabra técnica onirromancia. Hay dos teorías sobre los sueños: para unos lo significan todo, como Freud, y hay quien dice que los sueños no significan nada, como Roger Callois. El oniromante más tolerante siempre ha surgido por parte de la literatura, porque la literatura ha recogido todos los sueños de los hombres.
P. ¿Cree que la perfección sólo se encuentra allá donde la imaginación no alcanza a construir?
R. La perfección no existe en la obra humana. Existe en la mística, en la religión, puesto que es una aspiración para alcanzar la perfección. Pessoa decía que el hombre es una carne inteligente, pero a veces enferma.
P. ¿Siente una suerte de nostalgia airada por no haber escrito mejor las primeras páginas que escribió en su vida?
R. Ayer les decía a los amigos, mientras cenábamos, que yo soy una persona que se hace muchas manchas en la camisa. No entiendo la ambición de los que quieren ser muy elegantes. El tener manchas es una manera de ser humana. La literatura merece las manchas. Si no, estamos en la geometría y en el teorema de Pitágoras. El equilibrio de la estética griega ya no pertenece a nuestro momento. Es un objeto de reverencia y de admiración. Desde que entra la figura del Cristo, se revoluciona completamente la estética moderna. La gran revolución es la figura del Cristo, que es francamente fea, muy delgada, se le ven las costillas. Es una estética muy distinta de la Venus de Milo o del Discóbolo de Mirón. Con Cristo nace una sensibilidad estética para el Occidente muy distinta de la clásica.
P. ¿El escritor es un ladrón?
R. Sí, sí. Un ladrón y un mirón, también un voyeur. En muchos relatos míos hay historias que me fueron contadas. Me gusta mucho escuchar a los demás. Creo que un escritor no tiene que ser sólo una antena emitente, sino también una antena que recibe. Soy muy curioso. A veces una conversación robada, por así decirlo, en el autobús me puede dar un motivo para escribir un relato.
P. ¿Escribir es dotar de alegría al tedio, remover las alfombras del aburrimiento?
R. Es cultivar lo que Eugenio D'Ors llamaba la oceanografía del tedio. Y añadía una cosa muy sugerente: «Para meditar y aun para ensoñar más noblemente, es preciso estar sentado». La silla es un complemento importantísimo para el pensamiento. Al margen de bromas, el hombre melancólico se asocia inmediatamente a la silla. El hombre de pie, que se marcha, que es deportista, no es melancólico.
P. ¿Algo de esa melancolía sentada equivale a la saudade, esa categoría del espíritu, que decía Pessoa?
R. Por esa razón dicen que ha preferido tomársela con dosis homeopáticas.
Babelia
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