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Tribuna:CRÓNICAS: JUAN CRUZ
Tribuna
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El maldito "ranking"

Juan Cruz

Mientras se abrían las puertas, por otra parte transparentes, puertas de parque, o de aire, las puertas literarias de la Feria de Libro de Madrid, un amplio grupo de escritores latinoamericanos y españoles se reunía en Gijón bajo la capitanía del chileno Luis Sepúlveda para reivindicar la residencia común de la imaginación en español, ese territorio de La Mancha del que habla Carlos Fuentes. Que esto sea en Gijón es sin duda porque allí vive desde hace años el autor de El viejo que leía historias de amor ; pero no sólo se organiza el encuentro en la ciudad asturiana por eso y por el apoyo municipal con que ha contado Sepúlveda, sino sobre todo por la generosidad de este novelista, capaz de compartir el tiempo entre su propio trabajo de creador y la dedicación a promover lo que es el principal tesoro de la lengua común: la literatura, y en este caso también la literatura ajena. Es que acaso Sepúlveda sabe que el futuro de esa literatura que se hace en esta lengua de 400 millones de usuarios es una potencia enorme y todavía tapada, aún tachada por barreras tediosas que dieron origen a aquella frase de otro chileno, Jorge Edwards: el castellano es la lengua común que nos desune.La iniciativa de Sepúlveda no se da, pues, en un jardín vacío, pues es notorio que ha sido precedida de otras y coincide, además, con un momento verdaderamente esperanzador de la imaginación en español, y no sólo en lo que se refiere a la potencia de los creadores sino sobre todo a la existencia de una legión de lectores que ahora ya está en todas partes. Está ocurriendo en países de América Latina, con respecto a sus autores, lo que sucedió en España a mediados de los ochenta, que los lectores están buscándoles y están creando una complicidad que es la única que puede garantizar la creación de un gran mercado común de la lengua. El nicaragüense Sergio Ramírez comentaba hace unos días en Madrid que le había resultado apasionante encontrar en las ferias del Libro de América Latina, sobre todo en Buenos Aires y en Bogotá, a miles de jóvenes ávidos de encontrarse con los autores y con los libros pensados y soñados en su propia lengua. En la Feria del Libro de Buenos Aires despertaron un interés enorme Rosa Montero, que presentaba allí La hija del caníbal, y Juan Marsé, del que un periódico bonaerense tituló que ya era un escritor de La Pampa. Y allí mismo el uruguayo Benedetti dio un recital que parecía el de una estrella de rock.

Ese viaje tan difícil de un territorio a otro, como si fueran territorios distintos, ya se empieza a hacer con cierta fluidez y, también, con innegable licencia por ambas partes. El presidente colombiano Belisario Betancur propuso en la reciente reunión de académicos de Zacatecas, en México, una política sin barreras económicas y arancelarias para el libro en español y el martes último la ministra española de Cultura, Esperanza Aguirre, ofreció la idea de acelerar esa iniciativa desde la parte española. Detrás de esas ideas está la constancia de que el mercado que se está creando no puede estar encerrado en las compuertas actuales, y eso lo deben saber también los propios creadores, que no pueden seguir viviendo en los islotes en los que se hallan reducidos.

La idea de Sepúlveda de juntar a escritores de los dos lados para seguir rompiendo la dichosa frontera va a tener continuidad, qué duda cabe, y qué duda cabe también que este país se tiene que constituir en una plataforma que haga común el territorio de la lengua. La Feria del Libro puede ser alguna vez una oportunidad. Pero este país, me parece, está demasiado ocupado por definir sus rankings , por convertir la literatura y sus contingencias en una competición hípica, y épica, y queda poco tiempo para desatar la tormenta literaria que apoye y entusiasme a los propios creadores y a los lectores que en todas partes estarían dispuestos a acercarse para ver qué se imagina en nuestra lengua. Acaso, algún día, lectores, escritores, libreros y editores se junten en una gran feria en la que se hable de la literatura común y no del ranking que se establece cuando se hace el recuento de los libros más vendidos, o más firmados.

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