Moretti
En España no tenemos uno igual. ¿Será por eso -envidia, inconsciencia, falta de hábito- que nunca le hemos apreciado como se merece? Sólo dos cosas suyas se han visto aquí, y la primera, La misa ha terminado, una obra maestra indiscutible, de forma tardía y limitada; muchas provincias no se enteraron de su estreno, ocurrido como a traición o en los días más tórridos del verano. Únicamente Caro diario obtuvo no diré que la enorme repercusión alcanzada en Europa y Estados Unidos, pero al menos un éxito de estima.Y, sin embargo, Nanni Moretti es hoy uno de los más grandes cineastas en activo, a quien el rótulo que al principio de su carrera le puso algún bienintencionado con pocas luces, «Woody Allen italiano», le desdibuja y le queda corto. Todo es opuesto en ellos, y sólo el que casi siempre interpreten las películas tan protagonísticas que dirigen sería punto de unión. El humor de Allen brilla más cuando es intransitivo y concentracionario: cuando excava en la mina de su propia persona. Moretti, al contrario, es un polemista, un anárquico de la política diaria que sabe fijar en todas sus películas el aire del tiempo, a través de un repertorio de gran riqueza estilística que incluye el reportaje, la cita, la intervención autoral, los tópicos de la comedia. Porque si Allen surge de una tradición del music-hall y los programas stand-in de la televisión americana, purgada o cultivada gracias al estudio del cine de Bergman y Rohmer, Moretti es un genuino y desacomplejado comediante a la italiana que recupera, con una libertad formal posiblemente tomada de Godard y del cine de vanguardia neoyorquino de los 60, la gracia irresistible del gran mattatore (la palabra del argot teatral espero que se entienda, porque es intraducible) tipo Gassman, Manfredi, Totò o Alberto Sordi. Encima Moretti, y aquí entro en el campo del juicio personal e intransferible, sale más airoso que Allen del peligro de repetición autoparódica que acecha a estos artistas de la cuerda floja entre el yo y el nosotros; el norteamericano lleva cinco películas alargando una situación de cortometraje a longitudes mayores, que revelan la banalidad brillante de una fórmula de hacer cine.
¿Veremos en España en los circuitos amplios y a su hora, es decir, ya mismo, Aprile (Abril), el último Moretti, que concurre en el ya inminente Festival de Cannes y en Italia ha despertado pasiones de entusiasmo y algún que otro escarnio? Es tan estimulante ir a un cine normal, o sea, no a una mini-sala donde la pantalla de al lado proyecta algún primor iraní o noruego, sino a un cine de tu barrio -y en Italia el parque de salones cinematográficos en capitales de provincia, con sus sillas de madera, sus corrientes de aire no aliviadas por la inexistente calefacción, sus retretes de agujero en el suelo, te devuelve la ilusión de una infancia en las barracas de feria- y ver una película como Aprile, que seduce a todos los públicos sin tener argumento, ni personajes, ni intriga, ni desenlace, y tratando de elecciones generales, de Berlusconi, de los antiguos comunistas refundados, del crucero secesionista de Bossi por el Po, de los efectos de la televisión y la prensa en el alma italiana, de un bebé, el propio hijo del director, que empieza a conocer y a balbucear.
«De lo privado nunca he salido verdaderamente», confiesa Moretti al reivindicar la estructura de diario deshilvanado que Aprile vuelve a tener con eficacia y agudeza. Cine umbilical, superocho de familia; son algunos de los reproches que los descontentos le hacen al cineasta, quien defiende con la misma vehemencia que despliega como actor-conductor de sus películas la opción de hacer reír sin «mimar al público». Moretti no nos mima, pero nos toca las cosquillas: Aprile acaba con una larga secuencia de cine musical, única muestra de la película que él tenía que realizar si la realidad de su país no se le hubiera impuesto. La genialidad disparatada de la escena -nada que ver, por seguir la comparación, con los acartonados cantables y bailables de Poderosa Afrodita - hace que el espectador salga a la calle preguntándose si acaso este hombre tan irreverente no podría, de vez en cuando al menos, someterse a las probadas reglas del género.
Babelia
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