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Mujeres y disidencias

En el oportuno ciclo sobre Cultura y disidencia, con que el Círculo de Bellas Artes pasa revista esta semana a la lucha por las libertades durante la dictadura, hay sesiones dedicadas a las artes plásticas, al pensamiento, la literatura, el teatro, el cine, el humor o el periodismo. La música, la sufrida música, no tiene quien la quiera. Ni siquiera es merecedora de un coloquio reflexivo sobre su alcance y consecuencias. Su papel se limita a los recitales complementarios de unos cantautores. Otra vez estamos en lo de siempre: el olvido, o la relegación, a un segundo plano, del arte de los sonidos. Cuesta creer que las aportaciones de Luis de Pablo o Cristóbal Halffter, por poner dos ejemplos suficientemente reconocidos, o las en su día transgresoras músicas de corte popular, no den para un debate. La música sigue siendo, incluso en los ambientes cultos, un arte lejano en su parcela reflexiva. Queda bien como espectáculo para descanso de los sentidos, pero de ahí no pasa. Para muchos intelectuales es un florero.Como queriendo desmentir estas limitaciones, Madrid estalla hoy de música, y en un terreno tan visual, o tan teatral, o tan moderno como es la ópera, algunos de los que tienen la desgracia de vivir sin música pueden llevarse la sorpresa de su vida, bien escuchando, aunque sea en versión de concierto, Boris Godunov de Mussorgsky, una de las óperas más revolucionarias y disidentes por otra parte de toda la lírica, con los equipos del teatro Kirov de San Petersburgo y su titular Valery Gergiev al frente, o bien asistiendo a una escenificación en el Teatro Real de Peter Grimes de Britten, tan disidente como de rigurosa actualidad, en una sensacional producción de La Monnaie de Bruselas, con Willy Decker y Antonio Pappano como timoneles escénico y musical.

Es difícil pensar en qué medida la música ha podido y puede contribuir a la lucha por las libertades, pero con su lenguaje y su poder de fascinación ha llevado y lleva consuelo y compañía a los lugares más recónditos, o ha expresado en muchas ocasiones la desolación del ser humano con una belleza compleja y perturbadora. No es poco.

La música más comunicativa e inmediata tiene sus vías propias y en ellas encuentra un lugar de preferencia la voz. Es estimulante observar que en los recientes recitales protagonizados por voces de mujer en Madrid se aprecia una tendencia a la confidencia compartida, una vuelta a las raíces de un pasado que se hace actual y propio por la inteligencia y sensibilidad de sus intérpretes. Contemplando las tres últimas semanas, por ejemplo, Hanna Schygulla recoge los restos del cabaré literario alemán para superarlos con una mirada de futuro que parte de la asimilación de los desgarros de la historia y se apoya en la palabra poética como esperanza, Dina Rot vuelve los temblores de su sensibilidad a una lengua sefardí superviviente con la sabiduría de quien está a la vuelta de todos los exilios y desencantos, Teresa Berganza se concentra en los paisajes más interiorizados de la ópera y los proyecta con un fraseo y un misterio que vienen de la memoria del tiempo y, en fin, la joven cantaora gitana de 31 años Esperanza Fernández, tan querida por Yehudi Menuhin, recoge y vuelca la tradición oral del cante jondo más profundo con una fuerza estremecedora que sale como un terremoto de sus entrañas.

Estas cuatro mujeres artísticamente inmensas han subido a los escenarios madrileños para decir sin afectación que la intimidad aún es posible y que la música -poética, teatral, directa- es disidente, rompedora, electrizante, solidaria y conmovedora. Es de esperar que cuando se organicen coloquios sobre el empobrecimiento de la cultura en España en los últimos años del siglo XX, alguien se acuerde de estas supervivientes de la música inteligente a corazón abierto. Cuatro mujeres, digo, mirando el pasado más reciente del calendario, pero podían ser más a poco que pasemos la hoja. Sin ir más lejos, Chavela Vargas actúa de la mano de la Residencia de Estudiantes en Madrid el próximo lunes. Chavela: otro prodigio de hermosura antigua y arrebatadora, un torbellino de la historia.

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