La Habana conquista a los grandes del jazz
Los músicos estadounidenses desafían el bloqueo en busca de influencias cubanas
Las tumbadoras, teclados y metales de los músicos cubanos han comenzado a derretir el hielo del bloqueo por la costura del jazz. Siguiendo el olfato y la herencia de Dizzy Gillespie, quien en los últimos años de su vida recaló en La Habana para rescatar por segunda vez para la música de Estados Unidos los ritmos y talentos de Cuba, cada vez son más los músicos y productores norteamericanos que viajan a la isla en busca de influencias y figuras con quien compartir escenario. Sólo en el último año y medio han pasado por La Habana trompetistas como Wynton Marsalis y Roy Hargrove, saxos como Steve Coleman o Ravi Coltrane, la guitarra de George Benson y el guru de la producción Ry Cooder.
Los resultados están ahí. En 18 meses, media docena de discos, una increíble jazz band de músicos cubanos y norteamericanos -la Orquesta Crisol- que arrolla a su paso en EE UU y Europa, la resurrección de un ambiente de conciertos y jam sessions en viejos clubes de La Habana, San Francisco o NuevaYork, y sobre todo, como en los buenos tiempos, buena música, que no puede ser amordazada por la política.Gillespie fue el precursor. Ya en 1947, el creador del bebop incluyó en su orquesta al percusionista cubano Chano Pozo, el legendario autor de Manteca, que un año después fue asesinado a tiros en un bar de Harlem por un asunto de marihuana. Gillespie inspiró la fusión caliente que alimentó el jazz latino, y volvió a Cuba en plena era de Reagan para salvar a la música de la guerra fría.
Violando el embargo, Gillespie viajó a La Habana en 1985 y 1989 para actuar en el Festival Jazz Plaza con amigos como el trompetista Arturo Sandoval -que luego se exilió en EE UU- y el genial pianista Chucho Valdés, director de la orquesta Iraquere. En 1992, justo el año de su muerte, el Gobierno de EE UU aprobó la ley Torricelli, que suavizó el bloqueo en lo referente a los intercambios culturales y artísticos. Este pequeño resquicio bastó para acabar con 35 años de cierre e incomunicación impuesta por la política.
La Orquesta Crisol
A partir de 1994 empezaron a viajar a la isla cada vez más músicos de EE UU para participar en el Festival de Jazz de La Habana. Al de febrero de 1996 acudieron Steve Coleman, Ravi Coltrane y Roy Hargrove. Coleman actuó con Afrocuba, un grupo de rumba tradicional de Matanzas, y quedó fascinado. Volvió ese mismo año y grabó con ellos un disco en los míticos estudios habaneros de la Egrem.El virus cubano mordió también a Hargrove, que regresó a la isla en febrero de 1997. Tocó con Chucho Valdés y el percusionista Anga en la Casa de la Música y en el hotel Habana Libre. Meses antes, los tres músicos ya se habían reunido en Nueva York. Impresionado por los resultados, Hargrove buscó gente en Cuba para organizar la Orquesta Crisol, una jazz band cubano-norteamericana que este verano realizó una larga gira por EE UU y Europa con un éxito arrollador. Chucho Valdés, Anga (tumbadoras), Changuito (timbales) y Julio Barreto (batería), por la parte cubana, y Roy Hargrove (trompeta), David Sánchez (saxo), Frank Lacy (trombón), John Benitez (bajo), Sherman lrby (saxo alto), Russell Malone (guitarra) y Eve Cornelious (voces), por la norteamericana, forman el grupazo.
Otra estrella del jazz apareció en La Habana el 18 de julio de 1997: el trompetista Wynton Marsalis, que al llegar declaró: "Vengo a ver qué pasa aquí, por qué viene tanta gente". Tocó en el club de jazz La Zorra y el Cuervo con el pianista Frank Emilio, también ante alumnos del Instituto Superior de Arte (ISA) y en casa de Pablo Milanés, donde se reunió un buen número de músicos cubanos. La noche que actuó en La Zorra, a las tres de la madrugada, Marsalis salió a la calle para compartir su música con un grupo de jóvenes estudiantes del ISA que no habían podido entrar a escucharle al abarrotado local.
El último de los grandes que recaló en La Habana siguiendo la herencia de Dizzy fue George Benson. El guitarrista llegó en octubre y tocó con varios músicos del nuevo grupo de Gonzalo Rubalcaba en La Zorra y el Cuervo. También visitó el ISA, fue a ver al grupo de Isaac Delgado -a quien propuso hacer un disco en común- y, sobre todo, escuchó. Benson, como el resto de sus compatriotas, seguro que pudo oír en La Habana el susurro de la trompeta de Gillespie sonando entre las grietas de una absurda política que la música cubana y el jazz, por suerte, han puesto a gozar y a temblar.
Babelia
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