La maldad
La sensación fue de vergüenza ajena, y también de maldad. El abucheo a Raimon significaba maldad, ganas de despreciar al artista porque cantaba en catalán, y porque lo hacía en honor del País Vasco; fue una expresión de desdén y de furia, una estupidez pero también un símbolo; un espectáculo inolvidable por su raíz despectiva, como si arrojaran cal a los oídos de la gente para que no oyera esa canción hermosa, inolvidable y valiente.Pero, además, ese abucheo significaba desprecio por la supuesta esencia del acto en el que estaban. Y tan amplia fue la burla que ésta no iba sólo contra Raimon: se burlaban del resto, se indignaban contra la diferencia, se revolvían a favor de los que ya tacharon a Raimon y a tantos otros que ahora recibirían similar abucheo.
Se burlaban también de la realidad: cuando mataron a Carrero Blanco, Raimon debía actuar en Barcelona; lo ha recordado el periodista José Martí Gómez: un guardia que le vigilaba en todos los conciertos le dijo al cantante de Xátiva: "Sobre todo, hoy nada que tenga que ver con la realidad". Eso le gritaban: cuidado con la realidad; cállate.
Le dijeron cállate; eso es lo que le dijeron desde que empezó a explicar en el escenario que iba a cantar en su lengua y que iba a honrar al País Vasco. Pero no se lo dijeron sólo a Raimon. Se lo gritaron al País Vasco, como si no debiera existir, claro, y también a Cataluña, y se lo gritaron también a Valencia, y a toda España: tuvieron la virtud de lanzar un abrazo tan viscoso y tan colectivo que de pronto expulsaron a tantos del sitio y del ánimo que ellos mismos se quedaron solos; ojalá se queden solos.Cuando gritaron contra José Sacristán asestaron otro golpe al sentido común, y no gritaron sólo contra ese poema legendario que Brecht usó para significar el peligro que acecha a los mansos, a los que no se oponen firmemente y desde el principio al crecimiento callado pero veloz del fascismo. Un día vendrán por ti. Y por ti.Y, en general, entre ellos y el tono general de lo que vimos, contribuyeron a crear la impresión de que no sólo gritaban contra las palabras y contra la realidad si significaban algo que les perturbara, sino que también gritaban contra la tolerancia y construían un muro entre unos y otros, y se. reían de lo que tenían enfrente para arrojarlo a la tiniebla, como si quisieran tapiar el tiempo. Desvergonzados.Eran gritos envalentonados, provenientes de la convicción de que la razón está de su parte; empalagados por otras muestras del patrioterío español, lanzaron niebla sobre todo lo que tocaron con su abucheo, y han puesto luz roja sobre la mesa de la cultura española: es la expresión de un lenguaje caduco, que creíamos caduco, pero que está ahí, con su viscosa raíz fascista, que radica precisamente en la falta de respeto por la misma esencia de la libertad de los otros.
Fue, digámoslo, una ocasión muy seria, Porque resultó la expresión de una forma grave de intolerancia, que contamina el lenguaje y pervierte la convivencia. Y desde el principio las sociedades deben cuidarse -acaso como lo indicaba el poema que leyó Sacristán- de estos brotes insanos, que en este caso son, simplemente, la continuidad de los brotes. Sacristán decía, después del concierto, que no hay, que hacer demasiado caso, pues los que gritan son pocos y no significan nada; sin embargo, hay que tomar la medida de este símbolo en sus propios extremos. La gente que sintió vergüenza ajena ante la maldad ha de hallar en todo esto un motivo más de movilización sentimental y cívica. Pocas veces un acto público celebrado en el centro mismo de la realidad democrática -la gente se manifestaba contra la dictadura del terror- ha puesto tan de relieve que los que alertan sobre la fragilidad de los valores de tolerancia, de convivencia y de libertad no hacen ni demagogia ni moralina; los ciclos históricos son largos y, mientras ocurren, sus vaivenes resultan inapreciables pero definitivos; al espíritu de Ermua ha seguido el espíritu de Las Ventas; demasiados símbolos juntos se dieron este último día en tomo al espectáculo de la plaza de toros -desde el baile de la Macarena a otras apropiaciones indebidas del propio tono de este acontecimiento- como para que no consideremos con mucha seriedad esta metáfora burlona que acaso logró su cénit cuando le gritaron cállate al cantante Raimon.
Babelia
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