Intelectuales alemanes se movilizan en defensa de la ortografía de la lengua germánica
Funcionarios y políticos preparan una imposición de nuevas normas en este idioma
En Alemania se fragua actualmente -el echo está ocurriendo de forma lenta, pero constante- un conflicto abierto. entre un amplio frente organizado de escritores académicos e intelectuales, defensores de la ortografía tradicional, y funcionarios de la educación, ciertos lingüistas y políticos, dispuestos a imponer una nueva norma, radicalmente simplificada, en las escuelas alemanas. La ortografía está a punto de desencadenar una guerra que muy probablemente acabe siendo una cuestión constitucional a debatir en el Parlamento y ante el máximo tribunal alemán.
La ortografía en la Europa de lengua alemana siempre fue objeto de controversia. La gran variedad de dialectos y pronunciaciones del alemán, desde el del sur de Dinamarca hasta el sajón y el suabo de Rumania, hace difícil que sin reglas escritas rígidas se pueda hablar de unidad de la lengua alemana.Las reglas vigentes son fruto de la conferencia estatal de 1901, incorporadas posteriormente al diccionario de Konrad Duden. Todos los intentos de reformas de la muy compleja ortografía alemana fracasaron. La reforma aprobada por la conferencia de ministros de Cultura federales y de Suiza y Austria debería entrar en vigor en 1998. Durante un periodo transitorio hasta el 2005 se aceptarían tanto las nuevas como las viejas reglas. Todo parecía, por tanto, atado con rigor germano.
Y, sin embargo, escritores, académicos y gran parte de la población han puesto el grito en el cielo. Consideran, como señaló recientemente la Academia Alemana para la Lengua y la Literatura, que "esta reforma pone inútilmente en peligro la unidad de la ortografía alemana". Miembros de esta academia y una comisión de lingüistas convocada por ésta se reunirán la semana próxima de nuevo en Darmstadt para enumerar los problemas y defectos de la reforma, denunciar una vez más sus peligros y coordinar posibles acciones para impedir que llegue a consumarse. Quieren evitar a toda costa este disparate según ha comentado uno de ellos.
Especialmente grave consideran los críticos los cambios introducidos en la separación de palabras comí puestas, tan frecuentes en alemán. Pero también la utilización de mayúsculas y minúsculas es motivo de gran controversia. En realidad, parece que lo único que quieren funcionarios y políticos es adecuar las reglas a los errores ortográficos más comunes hoy día en las escuelas. La perversión que supone el concepto de adecuar las normas al error para legitimar éste puede tener terribles consecuencias para las generaciones futuras de alemanes. Pronto podrían serles prácticamente indescifrables los textos de Günter Grass, Rainer Maria Rilke, Thomas Mann o Goethe.
Las reglas de escritura, esa dolorosa asignatura de la ortografía, levantan oleadas de polémica, y no sólo entre hispanohablantes, cuando García Márquez solicita su plena abolición. En muchas partes de este mundo hay iconoclastas, por convicción, por ideología o por vana coquetería. Lo que en unos sitios es una simpática boutade para escandalizar a una audiencia más o menos solemne, en otros se convierte en serios planes para poner patas arriba las normas que regulan la escritura de una lengua. Y en algunos casos, la reforma, auspiciada por el reduccionismo general de los ideólogos de la enseñanza y la cultura a la baja, amenaza con hacer de una lengua otra, con romper una continuidad forjada en siglos y con hacer poco menos que ininteligible para futuras generaciones los legados literarios previos a los cambios.
En todos los países existen tensiones entre quienes defienden la simplificación de las reglas y quienes se consideran guardianes de la lengua. De ahí que las instituciones que pulen y dan esplendor se rigen por el principio de sancionar lo ya cambiado en las lenguas vivas. Pero hay casos en que la doctrina de la simplificación induce a funcionarios y políticos a inventar normas ortográficas según la ley del mínimo esfuerzo. Alemania es hoy un caso semejante. El riesgo de tales iniciativas es grande y son muchos ya los que se rebelan contra esta búsqueda del mínimo denominador común y la facilidad y simpleza como máximas.
Babelia
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