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"Soy John Moore, patente 4.438.032"

El primer ser humano con células patentadas visita Barcelona para denunciar la piratería. genética

John Moore, un hombre de negocios de 52 años de edad y residente en la ciudad norteamericana de Seattle, reconoce tener una segunda identidad. No trabaja para la CIA ni padece doble personalidad. Simplemente admite ser "la patente estadounidense 4.438.032", un número que identifica a las peculiares células de su bazo y que lo han convertido, a su pesar, en el primer ser humano con un linaje celular protegido por una patente.Con esta experiencia única a sus espaldas, Moore ha visitado Barcelona para participar en un debate televisivo sobre los riesgos de extender las patentes a la vida, sumando su voz a la de las organizaciones no gubernamentales (ONG) que luchan contra el proyecto de directiva europea que pretende regular las patentes sobre el patrimonio genético.

La odisea vital de este ciudadano norteamericano arranca en 1976 en Alaska, donde trabajaba en el tendido de un oleoducto, al serle diagnosticada una rara variedad de leucemia causada por el exceso extraordinario de proteínas -interferón y interluquina- secretadas por su bazo. Como los médicos no le daban más de cinco años de vida, Moore decidió pedir una segunda opinión en el Centro médico dé la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA).

Fue en este hospital donde el doctor David Golde, jefe del Departamento de Hematología y Oncología de UCLA, le ofreció como única salida la extirpación de su dilatado bazo. "Esa operación me salvó la vida, pero fue el primer paso para convertir mis células en una mercancía", asegura Moore tras recordar que el doctor Golde aisló luego y reprodujo sin su consentimiento en el laboratorio las células extraídas de su bazo para patentarlas más tarde como sustancia útil para el tratamiento del cáncer.

Mientras la UCLA y el doctor Golde engordaban sus cuentas corrientes con los más de 2.000 millones de pesetas que pagó la multinacional suiza Sandoz por la explotación comercial de la patente, Moore inició una larga, y a la postre fracasada, batalla judicial para que los tribunales norteamericanos le reconocieran el derecho de propiedad sobre las células de su propio cuerpo.

Tras siete años de pleitos, el Tribunal Supremo de California falló en contra de Moore al considerar que, una vez extraído, el bazo dejaba de ser de su propiedad. De lo contrario, añadía la sentencia, quedaría impedido el acceso de los investigadores a tan valiosa materia prima. "He vivido una experiencia muy triste. He sido violado por el sistema legal y de valores de mi país", afirma Moore.

"Este caso de piratería genética puede extenderse a Europa si el Parlamento Europeo y la Comisión aprueban en sus términos actuales el proyecto de directiva sobre protección jurídica de las invenciones biotecnológicas", asegura Anna-Rosa Martínez, bióloga de Acción Internacional para los Recursos Genéticos (Grain). El pleno del Parlamento Europeo tiene previsto debatir el próximo mes de julio este proyecto de directiva, la segunda presentada por la Comisión después de que una primera versión fuera rechazada por los parlamentarios en 1995.

Aunque el nuevo proyecto rechaza la obtención de patentes sobre terapias génicas en células germinales humanas -óvulos y espermatozoides-, su articulado sigue siendo, según estas ONG, inaceptable desde el punto de vista del interés público. "Es inadmisible permitir que genes, proteínas y líneas celulares humanas aisladas en un laboratorio puedan ser patentadas como si se tratase de un auténtico invento", explica Anna-Rosa Martínez. "Ello sería tan absurdo", añade, "como poder patentar un texto de García Márqueza través de su, propia fotocopia".

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