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Tribuna
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Algo

Rosa Montero

A Finales de mayo volverá a salir de Madrid una caravana de ayuda hacia los campamentos saharauis, esta vez llevando material escolar para los niños. He escrito muchos artículos sobre la causa saharaui (justísima, heroica, transparente), casi tantos como Vicent contra los toros. Pero ¿qué otra cosa se puede hacer, si la realidad persiste en su tristura? Las palabras son armas en el mundo mediático.Pero las palabras no bastan. Pensaba en esto el otro día mientras veía la foto de una mujer hutu que tocaba el cuello de su hija y descubría que acababa de morir. El gesto de la madre era tan suave y cariñoso como una caricia: de hecho, hubiera debido ser precisamente eso, una carantoña feliz y maternal; pero la niña, de seis o siete años, era un saco de huesos y no logró superar la dureza del éxodo. En el horror del Zaire, las madres que acarician encuentran cadáveres.

El mismo día vi otra instantánea estremecedora: una muchedumbre de albaneses abarrotando un barco miserable. Habían pagado todo lo que tenían para poder subirse a ese lanchón piojoso y allí estaban, apilados los unos encima de los otros como reses, con sus pobres hatos de ropa, los abuelos lelos y aturdidos, los niños todos ojos, oliendo seguramente a sudor rancio y miedo. Vivimos olvidados de todo ese sufrimiento (de los hutus, de los albaneses, de tantos otros), así es que pensé que había que hablar de ellos. Y luego me dije: ¿para qué? ¿Sólo para calmar la ansiedad y no hacer nada?

Los saharauis, sin embargo, son un dolor cercano del que además somos responsables y en el que sí que podemos influir. Políticamente, forzando la postura de nuestro Gobierno frente a Hassan; y prácticamente, ingresando dinero para la caravana (cuenta 1016/31/

6000727045 de Caja Madrid). No es que sea mucho, pero es algo.

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