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Dulce traición

Vicente Molina Foix

Seguirán trasladando al cine los directores las novelas de autores vivos y seguiremos viendo al novelista tratando de romper la crisma de su adaptador con un bastón, y seguirán también los espectadores diciendo al salir de los cines: "El libro era mejor". Todo trasvase artístico conlleva una traición, y en el más frecuente, novelas convertidas en películas, tienen muy a menudo razón los escritores quejándose y el público echando de menos páginas. Pero ¿quién levanta la voz para celebrar -y el caso no es tan raro como parece las películas que sí son fieles o superan a las obras literarias en que se basan?Hay en estos momentos en cartel un largometraje español que dio que hablar en su día, primero porque un obispo ultramontano (perdón por la redundancia) impidió el rodaje en su diócesis debido al erotismo peligroso del guión, y después por un pleito con el autor del libro, original, Stephen Vizinczey. Hay que aclarar que ese segundo litigio que mantuvo la cinta secuestrada un tiempo no era debido a las protestas literarias de Vizinczey, sino a un problema de cláusulas en el reparto, que una vez resuelto ha permitido el estreno, algo tardío, de En brazos de la mujer madura. Es, a mi juicio, no sólo un modelo de adaptación al cine de una novela conocida, sino una magnífica película a la que es posible que el obispo, el litigio, el retraso y las leyes del mercado norteamericano que rigen la exhibición del cine español hayan perjudicado.

El adelgazamiento es el motivo principal del porqué las adaptaciones cinematográficas de novelas amadas tienen tan mala prensa. La gente, con un apego a la palabra que la honra y me emociona, siempre lamenta que las 400 páginas del libro se reduzcan a una hora y media de metraje, y esgrimen los términos sabidos: pérdida, violación, delgadez. Nadie se acuerda en el momento de su decepción de la palabra síntesis, que es la que el cineasta no se aparta de la cabeza mientras opera con el bisturí de su objetivo en el cuerpo de la novela. Cualquier adaptación cinematográfica se basa inicialmente en un drástico proceso de resta, pero ¿y la suma? Los buenos directores (pienso ahora en Minnelli y su Madame Bovary, en Aranda y su Tiempo de silencio, en el Kurosawa shakesperiano de Los canallas duermen en paz y Ran) aportan con los medios específicos de un arte inmaterial pero aparatoso, tan rotundamente físico como químico, una densidad de imagen y un grosor corporal, actoral, que compensa de toda la anorexia del celuloide.En brazos de la mujer madura es la ópera prima de su director, Manuel Lombardero, pero no es la primera que se hace del libro de Vizinczey. Comparar el trabajo del equipo español con el de la deficiente cinta anglocanadiense que dirigió en 1977 George Kaczender no sólo aclara la calidad dispar de estas dos traiciones, sino que puede constituir un motivo de orgullo patriótico, ahora que los patriotas españoles de toda la vida venden al peso, al dólar, nuestro patrimonio cinematográfico presente y futuro. La película de Kaczender, hecha con grandes medios y un cast de renombre (Tom Berenger, Karen Black, Alexandra Stewart, Susan Strasberg), seguía fielmente la letra, la cronología y hasta las localizaciones de la novela, pero el resultado final era un desdibujamiento banal, chillón y escuálido de ese hermoso canto narrativo a los amores de edad desigual.

Lombardero, con un reparto hispano de altísimo nivel general (y una breve pero memorable interpretación de Faye Dunaway); con una fotografía de Alcaine que, siendo suya, no precisa de calificativos; con uno de los guiones más inspirados e imaginativos de toda la carrera de Rafael Azcona, consigue lo que el cine, el buen cine, es capaz de hacer cuando funciona la alquimia de la palabra novelada y la imagen filmada. La película elimina naturalmente personajes y episodios del libro, cambia el tiempo y lugar de la acción, desde la Hungría de la Segunda Guerra Mundial y el estalinismo a la Cataluña de la guerra civil y la dura posguerra -y es un gran acierto de concepción, debido, según explica Lombardero, al productor Andrés Vicente Gómez-, deja el final evocativo, retrospectivo, del libro en un desenlace abierto, pero no quita nada a Vizinczey, ni escamotea calado a la novela, ni traiciona al lector por la espalda del espectador.

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