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La cena del mes

Muy interesante y signficativo resulta lo que el pasado domingo manifestaba Xabier Arzalluz, presidente del Partido Nacionalista Vasco, en la localidad de Respaldiza (Álava) a propósito de su discrepancia con aquellos para quienes lo único importante es Euskadi. "A nosotros", ha dicho, "no nos gustan las cosas abstractas. Euskadi somos nosotros, es la gente Lo demás, el fijar unos conceptos de nación, de patria abstractos, olvidando la realidad, olvidando al ciudadano con sus problemas, con sus ganas de ser, eso es vivir en la utopía. Y muchos hablan de autodeterminación y hablan de independencia y escapan de la realidad, que es el compromiso con el trabajo diario". La misma, festividad del Aberri Eguna permitió al lehendakari del Gobierno vasco, José Antonio Ardanza, advertir a los de HB que "mientras usen la violencia, la gasolina y el insulto" no hay posibilidad de ir juntos a ninguna parte. Además, la ocasión ha servido para comprobar que todo lo anterior y también todo lo contrario ha podido expresarse sin dificultad alguna en castellano. Una lengua indebidamente caracterizada por Arzalluz la semana anterior en un acto con las juventudes nacionalistas (véase EL PAÍS del 24 de marzo de 1997) como "la lengua de Franco". Aceptemos que el citado general, veraneante asiduo en San Sebastián -lo que para nada merma los encantos de Donosti- fue, sin más uno entre los muchos de cientos de millones de usuarios del castellano a lo largo de ese milenio largo iniciado en San Millán de la Cogolla. Recordemos también que el punto de ignición, los primeros balbuceos del román paladino, surgieron de la erosión allí ejercida por el euskera sobre el latín.El castellano naciente empieza así a hablarse en La Rioja y se contagia inmediatamente al País Vasco, que es castellano-hablante cuando todavía, por ejemplo, en Valladolid a principios del XVIII seguía predominando el bable leonés. Nadie ha desmentido a Anselmo Carretero en su documentada afirmación de que para ser miembro de las Juntas de Guernika se requería hablar castellano, lo que entonces venía a equivaler a los actuales estudios de Enseñanza General Básica. Y consta además que semejante requerimiento a los junteros era un caso de autrorregulación autóctona sin intervención alguna de la Guardia Civil, que tardaría algunos siglos en aparecer con sus tricornios charolados, ni de cuerpo policial alguno. Es seguro, en todo caso, que Arzalluz se avendría a reconocer sin dificultad que ni en el campo de la gramática ni en el de la creación literaria hizo Franco aportación alguna que le permita distinguirse como castellanohablante. Así podrá comprobarlo también cualquiera que se asome a la lectura de las colecciones del Boletín Oficial del Estado, donde firmó como columnista habitual durante 40 años. Tampoco el Diario de una bandera, ni el guión de la película Raza, que firmó con el pseudónimo de Jaime de Andrade, ni los 49 artículos sobre la conspiración judeo-masónico-bolchevique contra España, que remitió al diario Arriba entre el 14 de diciembre de 1946 y el 3 de mayo de 1952 con el nombre de Jakim Boor, le conceden mérito alguno capaz de impregnar el idioma con la sombra de su nefasta figura.

Pero, volviendo a las razonables palabras de Arzalluz en Respaldiza, cualquiera registraría cómo ha amainado la galerna y consideraría que las nuevas actitudes puedan ser consecuencia de la cena en Moncloa, con el presidente del Gobierno José María Aznar. Si esa suposición pudiera confirmarse y lo del Aberri Eguna derivara de ese ágape, no sería extraño que cundiera la idea de repetir el encuentro con el mismo menú por lo menos todos los primeros viernes de mes. Entretanto, si Hobsbawm afirma que "la justificación histórica del Estado independiente de Israel se ha basado sobre una interpretación fantasiosa de la historia judía hasta llegar a este siglo y que nada tiene que ver con la realidad histórica", calculemos sobre Euskadi. Pero, en términos más analíticos, hay que coincidir con el autor citado en que el nacionalismo étnico-político de imposible realización sin modos de actuación bárbaros, en que en este momento el nacionalismo impone actitudes menos tolerantes y menos pluralistas que las vigentes en las actuales estructuras políticas y en que todas las nuevas naciones se consideran incompletas porque siempre hay algo fuera que debe ser reintegrado.

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