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Mario Vargas Llosa ensalza el liberalismo tolerante y humanista de Gregorio Marañón

Se clausura en Toledo la semana de conferencias dedicada al médico e historiador

Rocío García

Mario Vargas Llosa demostró ayer que ha disfrutado releyendo la obra de Gregorio Marañón Elogio y nostalgia de Toledo. Cuarenta años después de su primera lectura, el escritor desentrañó en Toledo sus emociones actuales ante la obra del médico, historiador y pensador, que encontró en esta ciudad, y sobre todo en su Cigarral, "la casa donde su alma se serena y se restaura", según recordó su nieto, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis. Vargas Llosa clausuró la Semana Marañón ensalzando el liberalismo tolerante, abierto y humanista de Marañón (Madrid, 1877-1960). "Su liberalismo resiste por igual las intolerancias del revolucionario y las del conservador", dijo el escritor.

En la iglesia de San Pedro Mártir, a la vera de la tumba donde descansan los restos de Garcilaso de la Vega, Mario Vargas Llosa recordó ayer su primer en cuentro con la obra de Gregorio Marañón en la biblioteca de un maestro en Lima, el doctor Raúl Porras, historiador e intelectual, "hispanista convicto y confeso". "Cuarenta años después me he emocionado releyendo el libro, con toda la experiencia que he acumulado y lo que ha sucedido en el mundo desde entonces", dijo Vargas Llosa.La conferencia del escritor, con el título Lima desde los Cigarrales, fue brillante y enriquecedora. Con apuntes en pequeñas fichas, el autor hispano-peruano fue diseccionando a través del libro Elogio y nostalgia de Toledo -"una obra profundamente autobiográfica"- la figura de Marañón, sus ideas y teorías, emociones y fobias, sus virtudes literarias y la razón como forma para entender su entorno.

Vargas Llosa escogió la palabra liberal para definir a Marañón y lamentó que hoy el término liberal o liberalismo no tenga el mismo sentido positivo que tenía en aquella época -"hoy es casi una ofensa"-. "Liberal quiere decir tolerante, abierto, con mentalidad comprensiva de la opinión de los otros, con vocación de modernidad y actitud humana y humanista. Todo eso fue Gregorio Marañón. Era la negación del fanático, era el libe ral instruido que se esfuerza por comprender y busca el diálogo", glosó Vargas Llosa. La desconfianza hacia el Estado y la defensa a ultranza de la libertad de mercado, características del liberalismo de hoy, estuvieron alejados, según Vargas Llosa, del pensamiento de Marañón, "desdeñoso de la economía como factor esencial de una sociedad y defensor del papel del Estado".

"Surtidor de ideas"

Destacó el académico y autor de Lituma en los Andes que una de las características más interesan tes de la obra estudiada era "el surtidor de ideas" que emana del libro: "Casi en cada página hay una teoría", se entusiasmó Vargas Llosa, "que nunca dejan indiferente, sino que más bien perturban e inquietan".

Entre estas ideas Vargas Llosa comentó la distinción que hizo Marañón entre el amor caballeresco y el romántico -"tenía una irreprimible antipatía hacia los rornánticos"- o la teoría sobre los malogrados, aquellos que ven sus vidas truncadas muy jóvenes con una obra muy precoz y brillante; o el porqué Felipe II nunca entendió el genio de El Greco o la retroalimentación que existía entre el genio creador que fue Benito Pérez Galdós -uno de los que despertaron en Marañón su amor por Toledo -y el sector social -Iimítrofe entre el proletariado y la clase media- cuyos modos y sensibilidades fueron fuente de inspiración de este escritor. Vargas Llosa quiso dejar claro lo que le guió siempre a Gregorio Marañón: la razón. "Fue un hombre que se guiaba por la razón para entender su entorno. Si hay algo que caracteriza el liberalismo es que tiene en la razón el instrumento supremo de comprensión y el arma para conquistar su libertad".

De telonero, como él mismo se calificó, habló el nieto del pensador, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis. En una intervención intimista, llena de recuerdos, Marañón y Bertrán de Lis se centró en la trascendencia que tuvo para su abuelo El Cigarral de Menores -Marañón le cambió el nombre por el de Los Dolores, en homenaje a su mujer-, una casa en la que escribirá todos sus libros y donde sentirá "esa maravillosa plenitud que colma de sentido la vida". Este Cigarral, propiedad de Marañón y Bertrán de Lis desde 1978 y con el nombre original de Los Menores, fue comprado por el doctor Marañón en 1921 con la herencia de su padre (50.000 pesetas).

El Cigarral de Marañón, como recordó su nieto, se convirtió en poco tiempo en la más transitada puerta de entrada a Toledo para los principales personajes de la época. "Lo más significativo de aquel fenómeno no es la lista de los innumerables visitantes de paso, sino la relación, de los amigos que se reunían con asiduidad en la paz del Cigarral, poseídos de un mismo espíritu liberal, para disfrutar conversaciones y lecturas, para compartir conocimientos, para pensar apasionadamente en España", dijo Marañón y Bertrán de Lis.

Por El Cigarral pasaron nombres de la Generación del 98 como Unamuno, Azorín, Baroja, Menéndez Pidal o Valle-Inclán; también de la Generación del 14, la del propio Marañón, como Ortega y Gasset, Eugenio D'Ors o Pérez de Ayala. Y de la del 27, como García Lorca, Vicente Aleixandre o Benjamín Palencia.

Y terminó el nieto del pensador con una confesión emocionada del sentimiento de arraigo que le produce esta finca toledana plantada de olivos, encinas, frutales y cipreses, a la vera del Tajo. "Aquí radican mis mejores recuerdos de la infancia en forma de límpidas imágenes de juegos y de sueños. Aquí radica también lo más esencial de mi presente, trascendido en gozosa e íntima plenitud colmada de futuro. Ayer, hoy y mañana, en la profunda paz del Cigarral, mi espíritu ha accedido a esa inefable experiencia de sentir cómo pasa el tiempo sin herirnos".

Lorca frente a Unamuno

Miguel de Unamuno era uno de los que recitaban sus obras en El Cigarral. Una tarde, recordó ayer el nieto de Marañón, Unamuno no tenía mucho éxito con su lectura. La obra se prolongaba inacabable y García Lorca pidió a la mujer de Marañón que le acompañara al teléfono para hacer una llamada urgente. "Al escaparse de la vista de los demás, Federico se sentó en el suelo y con grandes aspavientos empezó a gritar: 'Muera Unamuno, muera Unamuno', incapaz de oír una palabra más", relató Gregorio Marañón y Bertrán de Lis."Calmado por mi abuela, regresaron a la plazoleta, bajo los olmos, junto a la fuente callada, donde don Miguel proseguía insensible a los gestos de cansancio de sus oyentes. Cuando por fin terminó, García Lorca se lanzó vestido al agua, liberándole de su pesadumbre con aquella improvisada payasada, mientras Unamuno se mantenía imperturbable".

Lorca, que se sentía acogido por el calor de la amistad que desprendía El Cigarral, solía decir que quería comerse su tierra rojiza huntada en pan. Aquí leyó Bodas de sangre, cuenta su amiga Marcelle Auclair: "No lo hizo como un actor, ni se complacía en la dicción de las palabras como suelen hacer los poetas, pero interiorizó con tanta intensidad la realidad de sus personajes que nos hizo verdaderamente temblar como cuando el cante jondo hiela la sangre".

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