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La declaración de Viña del Mar defiende el modelo democrático y rechaza el autoritarismo

ENVIADOS ESPECIALES La declaración de Viña del Mar, un canto al sistema democrático, fue firmada ayer por los jefes de Estado y de Gobierno en la ceremonia final de la VI Cumbre Iberoamericana, que ha cumplido con las expectativas suscitadas: declive del autoritarismo, del populismo y auge del liberalismo y las instituciones democráticas. Sin embargo, la retórica y la falta de pasión que se han registrado en los debates siguen empañando un consenso que suena a todas luces falso. Ni siquiera la presencia de Fidel Castro, convertido, entre otros por España, en la oveja negra de la comunidad iberoamericana, ha conseguido animar una reunión cuyo impacto en la opinión pública parece ser escaso.

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Alcanzar un desarrollo económico sostenido en el marco de unas democracias eficientes, participativas y transparentes es un viejo sueño que cuesta arraigar. La condena de la ley Helms-Burton como un atentado a la convivencia internacional es la referencia más explícita a una realidad compleja y contradictoria.

Los 23 jefes de Estado y de Gobierno se trasladaron ayer de las verdes y soleadas calles del barrio alto de Santiago a una brumosa Viña del Mar, para celebrar en el palacio presidencial de Cerro Castillo, la última jornada de trabajo de la cumbre. La sesión, un diálogo abierto entre las delegaciones sin agenda previa, no ofreció novedades reseñables, aunque la exhibición de seguridad militarizada en la que se ha desarrollado la cumbre contribuía a aislar más aún a las delegaciones de los medios de prensa.,

La declaración final no ofreció sorpresas sobre el documento previamente consensuado salvo las negociaciones de última hora sobre la ley Helms-Burton, en las que algunas delegaciones, la mexicana entre otras, pugnaban por una relación menos dura. La declaración, un extenso texto, está dividida en tres partes: la primera aborda la gobernabilidad para una democracia eficiente y participativa; la segunda hace el seguimiento de la cooperación derivada de las anteriores cumbres y la tercera aborda, en tono declarativo, asuntos de interés tan diverso como la democracia y los derechos humanos, el desarrollo sostenible, la lucha contra la pobreza y la exclusión o contra el tráfico de drogas y delitos conexos.

La primera parte, el documento sobre gobernabilidad, es la que ha concitado los trabajos principales de esta cumbre y constituye un alegato en favor de la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos.

"En Iberoamérica existe la convicción de que la independencia de poderes, su mutuo control, la adecuada representación y participación de mayorías y minorías, la libertad de expresión, asociación y reunión, el pleno acceso a la información, las elecciones libres, periódicas y transparentes de los gobernantes constituyen elementos esenciales de la dernocracia". Pero esta relación de requisitos básicos de la democracia se ve atemperada por la cautela de que el camino hacia la democracia tiene diversas rutas o modelos.

Menos retórica populista

El retroceso de la retórica populista, tan querida en otras épocas, es evidente en la redacción de este documento ante el arrollador avance de la economía de mercado que tiene en el Chile democrático, pero tutelado por el Ejército de Augusto Pinochet, uno de los ejemplos más citados. Sin embargo, personajes como el presidente de Ecuador, Abdalá Bucaram, recién elegido y que fue uno de los reclamos pintorescos del encuentro ante el evidente declive físico y político de Castro, indican que esta tendencia permanece agazapada. La petición del presidente colombiano Ernesto Samper, incluido por EE UU en la lista de sospechosos de complicidad con el narcotráfico, de cerrar filas frente al intervencionismo exterior cuyo mayor peligro está en la globalización de los medios de comunicación, que llevan informaciones indeseables para los gobernantes, es otro ejemplo palpable de esa tendencia. Pero las diferencias políticas y sociales, incluido el aislamiento de Cuba, ceden el paso a un beatífico consenso en este ejercicio anual de estrechamiento de relaciones personales. "Como gobernantes nos comprometemos a fortalecer decididamente nuestras instituciones y culturas democráticas; a mejorar la calidad de la política, de sus comportamientos y estilos; a modernizar la gestión pública y a apoyar los procesos de descentralización; a crear las condiciones para aumentar los niveles de equidad social, consolidar las bases socioeconómicas que harán, posibles una democracia integral, y a asumir las oportunidades que ofrece la globalización". Más que un compromiso final parece un programa para el siglo XXI.

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