Ir viviendo
Mucha interrogación sobre el racismo se ve estos días en las pantallas de Donostia, mucho discurso preocupado por la represión del diferente, interrogador, con menor o mayor fortuna, de las lacras cotidianas que tienen rostro de barbarie. A veces, como en Bwana o en Taxi, ese rostro es el de los energúmenos neonazis skin heads, bates de béisbol, uniforme al uso. En otros, como en el riguroso, inclemente filme alemán Engelchen (Angelito), de Heike Misselwitz, el segundo de la selección oficial de ayer, el racismo tiene otra fisonomía, más preocupante si cabe, más real por cuanto no está mostrado con énfasis, forma parte del entorno, se manifiesta en fugaces miradas de odio, en un pequeño, aislado incidente de rechazo. El objetivo de ese rechazo es aquí un polaco que trapichea por las calles berlinesas, el objeto del amor de una obrera hipersensible y fea. Su pobre vida cotidiana, sus carencias afectivas, su triste entorno, saltarán por los aires cuando conozca al polaco. vendedor, y con él viva una tierna y a la vez desangelada historia de amor que termina en tragedia.Heike Misselwitz (Zwickau, 1947), una documentalista nacida y formada en la antigua RDA, cuenta esta desgarrada historia sin contemplaciones y con evidente herencia de su trayectoria como practicante del cine documental. Su tono narrativo es hosco, tremendo, pero su integridad moral a la hora de retratar los aspectos desagradables de esta peripecia y su sabiduría para la puesta en escena son más que notables. No es un filme fácil de ver, no tiene nada de gratificante. Pero es íntegro, riguroso en su diagnóstico de lo que significa hoy por hoy para mucha gente el ir viviendo cotidiano en un país europeo, culto y desarrollado: algo en las antípodas del consumismo autosatisfecho.
El ir viviendo de este cronista tiene también desazones, ciertamente no comparables con las de la ficción alemana. Como tener que asistir, cautivo y desarmado en su butaca, a una nueva decepción hispana, causada esta vez por la tercera película a concurso en la sección Zabaltegi, Rigor mortis, del debutante Koldo Azkarreta, una simpleza apabullante y casi amateur que no salva ni siquiera la presencia de Imanol Arias. Y como se trata de buscarse alguna compensación para tanta conjuntivitis originada por nuestro cine en tan pocos días, este cronista ayer decidió jugar sobre seguro y ver un filme sencillamente delicioso, Al corazón, del argentino Mario Sábato, un inteligente montaje sobre el cine musical tanguero de su país entre los treinta y los cincuenta.
Babelia
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