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Cuba, Irán y Libia y el 'destino manifiesto'

Emilio Menéndez del Valle

A lo largo de su corta historia, los norteamericanos se han considerado un pueblo único, elegido por Dios. Al principio, su misión consistió en expandir la frontera. De Nueva Inglaterra a la costa oeste. La memoria histórica de los indios que quedan sabe de esto. En el último siglo y medio las relaciones exteriores de la gran república americana (oscilantes entre el compromiso-intervencionismo idealista wilsoniano, guerra para ayudar a los europeos para liberarse del totalitarismo, actitudes imperiales o imperialistas- y el retraimiento -aislacionismo tras la primera gran guerra y la de Vietnam-) han tenido siempre presente el "destino". La idea de "destino" ha configurado la actitud de la sociedad norteamericana para consigo misma y para con el resto del mundo.Inicialmente, el concepto connotaba una misión ideal que llevar a cabo. Se pensaba que la declaración de independencia de 1776 sería brillante ejemplo que habría de inspirar a la humanidad. Sin embargo, pronto comenzarían las diferencias y tensiones con los amigos europeos. Ese sentimiento de comunidad única, de gentes que están realizando algo providencialmente inspirado, triunfante la Revolución Francesa, llevó al embajador norteamericano de la época a manifestar a los franceses, pobres y descarriados corderos laicos, que les sería imposible librarse de los vestigios del antiguo régimen. La cosa no fue a mayores mientras el destino no se hizo manifiesto. Pero a finales del siglo XIX (guerra hispano-norteamericana y otros episodios) los herederos de los padres fundadores se empeñaron en labrarse una imagen que, con vaivenes y lemas diversos, les hacía aparecer inbuidos de una especial misión. La de proveer a las naciones atrasadas de la Tierra de los beneficios de la civilización anglosajona y de la cristiandad protestante.

Desde entonces a nuestros días, la "manifestación del destino" se ha hecho patente en distintas versiones. La última la constituye la cruzada emprendida por la mayona republicana conservadora que controla el Congreso de Estados Unidos y que endosa, en campaña electoral, Bill Clinton, para atraer a la "recta vía" a los Gobiernos de Cuba, Irán y Libia. Como gráficamente ha expresado un diplomático canadiense, las famosas leyes Helms-Burton y D'Amato hieren al amigo al disparar contra el enemigo y, como ha manifestado el presidente francés, implican tomar como rehenes a las poblaciones concemidas.

Por una parte, estamos en presencia de un claro y abusivo ejercicio de extraterritorialidad jurídica que, al apretar las tuercas del embargo a esos Estados (castigando a empresas no norteamericanas que invierten en ellos), aumenta la precaria situación de sus pueblos sin que esté garantizado el derrocamiento de sus Gobiernos. Por otra, es posible constatar dobles baremos a cargo de la Administración norteamericana, que no lleva su fervor intervencionista a China, Arabia Saudí o Myanmar. Y estamos además ante un atentado contra la filosofía del libre comercio, tan querida de Washington.

De Georges Kennan a Hans Morgenthau, de John Foster Dulles a Henry Kissinger, intelectuales y políticos norteamericanos de variada adscripción han pretendido la prospección del futuro sumergiéndose en el pasado. Sobre ellos, el prestigioso académico británico Christopher Coker ha escrito: "Cada uno se encontró separado de los aliados de Estados Unidos por el mito y la leyenda, por sueños que nadie compartía con ellos. Al inventar un nuevo lenguaje para expresar sus aspiraciones, sea el destino manifiesto o la nueva frontera, los americanos han creado un coloquio con ellos mismos, un discurso único en la historia".

Ese, soliloquio sigue separándolos de la Unión Europea (Reino Unido incluido) y de Canadá, como demuestran las sanciones a Cuba. Pero no importa. El destino continúa manifestándose alto y claro. Como botón, la declaración del parlamentario republicano Bill Archer: "Estados Unidos se ve forzado a ejercer su liderazgo unilateralmente".

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