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Éramos populares

Vicente Molina Foix

No siendo uno Tita Cervera ni siquiera miembro de la dinastía Thyssen-Bornemisza no es corriente ir a un museo y ver en las paredes obras que tú tienes en casa. Yo pasé esa experiencia vertiginosa el otro día en Valencia, visitando una exposición abierta en el IVAM hasta el 2 de junio. El material artístico colgado en unas salas altas del edificio A del museo, el Centre Julio González, competía con el de las otras seis exposiciones allí alojadas en ese momento (el IVAM es en sí mismo un acontecimiento vertiginoso), seguramente más valioso, más moderno, y desde luego más cosmopolita que el de los grabados en distintos medios que componen la muestra a que me refiero, Estampa popular. Pero a mí, y sin duda a muchos españoles que en los años sesenta no estaban exclusivamente dedicados a sacar la carrera, esta colección de estampas nos devuelve, junto a la foto de carné del nebuloso joven de entonces, la parte más ingenua y sentimental del país que buscaba por cualquier medio recomponer su imagen colectiva sin que se le cayera la cara de vergüenza.Hay dos formas de contar abreviadamente la historia de esta página del arte combativo escrita a muchas manos y en tinta negra. La primera, bien ordenada y documentada como lo está en Valencia, tiene nombres y fechas y lugares concretos, y unos protagonistas valerosos que un día se agruparon para asaltar el palacio de invierno del arte, que en la España de entonces era una cámara frigorífica. El día en este caso era del mes de abril de 1959, y los conspiradores eligieron un bar de la calle de Modesto Lafuente de Madrid, donde sin duda y pese a la barba que más de uno llevaría, pasaron sin sospecha mayor sus propósitos de cambiar el mundo. La historia titular siguió su curso a lo largo de la siguiente década: exposiciones, manifiestos, ampliación del núcleo inicial madrileño con la creación de grupos de Estampa popular en Sevilla y Córdoba, en Vizcaya, Cataluña y Valencia. Y por mucho que el episodio en sí parezca hoy menor y estuviera olvidado, ahí están, entre otros, nombres muy sonoros del arte que sigue contando: Saura, Todó, Guinovart, Llimós, María Girona, Hernández Pijoan, Zamorano, Ráfols Casamada, Ibarrola, Toledo, el dúo Solbes-Valdés formante del Equipo Crónica, algunos de ellos en "conversiones realistas" (son palabras de Juan Manuel Bonet) que les alejaban temporalmente de su estricta observancia informalista o irracional. Detrás, o en la sombra, como en toda confabulación, los espíritus inspiradores: el pintor José Ortega, cerebro del movimiento, y el ubicuo Ricardo Muñoz Suay, poniendo en las manos adecuadas y en el tiempo preciso los textos apropiados.

Pero también la historia la seguían desde la orilla joven del mundo unos protagonistas receptivos que no eran precisamente los obreros a quienes ese arte afirmativo y expresionista, crudo y crítico, iba primordialmente dirigido, y que, como declara en el catálogo el cordobés José Duarte, preferían colgar en sus casas de barrio desarrollista un "buen calendario de Unión de Explosivos de Riotinto, aunque los grabados a veces los vendíamos a 100 pesetas". Estudiantes, jóvenes profesionales de cuello blanco, progres en general, protagonizaban con su entusiasmo una parte de esa historia, aunque algunos se daban cuenta ya, en la bruma de los gases lacrimógenos, de que el mundo no se acababa en el unidimensional hombre de la boina y el realismo de las segadoras que los artistas reflejaban en sus estampas. Aun así, después de comentar en la Facultad un libro de Cortázar o escuchar -los había avanzados- canciones de The Doors, se volvía a dormir el sueño de los justos en la habitación de todas las noches, y allí estaba ese póster de la mujer que grita bajo su pañoleta o el calendario irónico valenciano del año 67 que aún conservo y no daría por nada del mundo, ni siquiera del otro mundo. He levantado polvo buscando en los anuarios esas obras de arte que vi en el museo la semana pasada. Una aún tenía el precio: 100 pesetas. De entonces. Yo no sé si con la exposición esos cromos de nuestra colección particular se habrán revalorizado. A mí me han devuelto el limitado y dulce precio que se pagaba entonces: cuando éramos populares.

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