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Por que no pasa lo que no pasa

Emilio Lamo de Espinosa

Una vez más se cumple el dicho de que la fal1ta de noticias es una buena noticia. Pues hace meses, casi años, que los españoles no disfrutábamos de unos días de sosiego y tranquilidad comparables a los actuales, confirmando la hipótesis hegeliana de que los periodos felices de la humanidad carecen de historia, pues en ellos nada ocurre. Como por ensalmo, los escándalos y las corrupciones se han desvanecido, las tertulias han bajado el tono, -la chaqueta de Garzón ya no revolotea arriba y abajo por las escaleras de la Audiencia, la actividad de los juzgados ha regresado a casa. Un verdadero alivio, bien merecido. La tranquilidad es tan visible, tan sonora y elocuente, que se corre el riesgo de que los ciudadanos lleguen a la conclusión de que nada mejor que Gobiernos en funciones o incluso que lleguen a pensar (¡horror!) que el mejor Gobierno es el que no existe. Incluso la economía proporciona excelentes noticias, como si maliciosamente quisiera mostrar que cuanto más libre se la deja mejor.Todo exige una explicación, incluso lo que no pasa. Y el que, de pronto, hayan dejado de pasar muchas cosas arroja luz y claridad sobre las razones por las que antes pasaba. ¿Por qué este sosiego?

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Las elecciones del 93 rompieron la hegemonía socialista mostrando un notable equilibrio entre las dos grandes fuerzas una agria lucha políticas. Y fue ese equilibrio lo que generó por el electorado de centro, una lucha en la que todo valía, cierto o falso, sobrepasando (por ambos lados) lo que la ética (incluso la ética política, siempre más laxa) permite.

Muchos sospechábamos que tan pronto se celebraran las elecciones la espiral de malos tonos se trocaría en círculo virtuoso de buenas maneras. La realidad parece confirmar, pues, que debajo del ímpetu purificador había, si no una conspiración (palabra fuerte y a descartar en la vida democrática), sí una alianza objetiva de intereses, especialmente políticos. En resumen, no son los escándalos; los que generaron la tensión, sino más bien ésta lo que provocó aquéllos. Y de ahí, el malhumor del electorado y el general varapalo recibido por los partidos políticos: el PSOE es enviado a la oposición, CiU pierde votantes y la pinza de IU se vuelve en contra, al igual que la oposición negativa del PP, que gana por los pelos. Suspenso casi general.

Sin duda, el pacto y el consenso, consecuencias inevitables de la fragmentación del mapa político que resulta de las elecciones, tienen también mucho que ver con el actual sosiego. Pues, si mediante una hipótesis contrafactual intentáramos imaginar cuál sería el clima político en caso de que el PP hubiera obtenido una mayoría absoluta, el cuadro que resulta es muy distinto. Como lo sería también si el PSOE hubiera obtenido mayoría absoluta. De modo que, aunque, hace tiempo que dejé de creer en la mano invisible (pues creencia es, en el más puro sentido orteguiano) y estimo que el resultado del pasado día 3 es más consecuencia no querida que diseño planificado, todo ocurre como si el mensaje del electorado hubiera sido ése: estamos hartos de vuestras peleas y poneros de acuerdo, no ya acuerdos de dos (PP-CiU), sino de tres (más CC), de cuatro (más PNV) o incluso de cinco.

Y, puestos a sustancializar la voluntad popular, incluso ha dicho más, ya que la alternativa al pacto es convocar nuevas elecciones. Ahora bien, ¿que ocurriría en este escenario, no muy probable, pero tampoco imposible, y cuyas consecuencias debemos meditar muy seriamente? ¿Qué resultados depararían unas nuevas elecciones? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pues es, sin duda, el escenario más volátil. Pero lo que sí puede aventurarse es que en esa nueva consulta será penalizado quien aparezca públicamente responsable de incumplir el mandato salido del día 3: negociar y pactar un Gobierno estable. Ésa es la amenaza última que se reserva el electorado y, hoy por hoy, la mayor garantía para un acuerdo. Un ejemplo más de cómo el futuro virtual, que quizá nunca llegará a ocurrir, puede causar el pasado o de por qué no pasa lo que no pasa.

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