Salutación a Rafael Alberti
Maestro: por la radio, entre oscuras historias de niños drogados y prostituidos y apoteosis blancas de la derecha a punto de gobernarnos (de gobernarnos más todavía), escucho la noticia de que usted ha abandonado la unidad de cuidados intensivos (UCI) y ha vuelto a casa porque ha superado la crisis respiratoria que padecía. Albricias, maestro. La gran generación del siglo, la mayor generación del siglo, la de usted, la del 27, sigue siendo todavía, y por usted vida palpitante, incandescencia existencial, rosa de pasión abierta al mar del Puerto que usted ha contemplado ávido en estos últimos años. Todavía no se ha convertido en definitivo pliegue perdurable de la memoria literaría, en iluminadas palabras solitarias que muchos, los mejores, repetirán mañana.Usted merece un respeto, maestro. Lo merece porque nació con el cine -usted lo dijo- y porque ha escrito versos inmaculados, como lo son todos los grandes versos, desde Marinero en tierra a Retornos a todas horas, desde Sobre los ángeles a Roma, peligro para caminantes. Usted merece muchos, muchos respetos, pero yo que no pude felicitarle el día de su cumpleaños quiero hacerlo ahora, cuando usted sale de la UCI y se reincorpora a este mundo nuestro, pero sobre todo al suyo, donde siguen vivas las imágenes cotidianas de Pedro Salinas teniendo en las rodillas a uno de sus hijos mientras escribe con la mano que le queda sus desvelados poemas de cielo y sueño; de Jorge Guillén puliendo las décimas de brisa y mármol de su Cántico y preparando sus clases universitarias para mostrar que Juan de la Cruz era bastante más que un trémulo carmelita atribulado; de Luis Cernuda, dichoso por la compra de unas camisas deliciosas y carísimas, que le acompañarán en la escritura impecable de la Égloga de Federico García Lorca embutido en el mono de La Barraca y rumiando en la cabeza poderosa los lamentos de los amantes de Bodas de sangre.Usted es todo eso, Alberti. Usted es también Madrid, capital de la gloria, cuando recitaba por los micrófonos de las radios "Madrid, corazón de España, / late con pulsos de flebre", y apelaba a la defensa de Madrid, que era también la defensa de Cataluña ("La libertad catalana,/ ¡sabedlo!, en Madrid se juega"), aunque a lo mejor el honorable Jordi Pujol no ha leído estos versos. Usted, Alberti, encarna el amor a la obra bien hecha, el rigor de la modernidad, la fidelidad a la tradición, la comunión con la lengua madre y padre y todopoderosa. Su generación creyó en Europa, fue la primera de todas que creyó en Europa sin ambages ni reticencias ni arrepentimientos ni argumentos antropológicos. Como decía Jorge Guillén, ya estaba bien del problema de España y del dolor por las esencias. Porque Garcilaso es Europa, porque Góngora es Europa, porque Cervantes es Europa, porque hasta el castizo Lope de Vega es Europa cuando se burla, casi póstumo, del clérigo que era y se queja de los desdenes de Felipe IV, porque Velázquez es también Europa -¿quién si no?-, y usted, Alberti, lo sabía cuando con diecisiete años, corría, un día y el otro también, hasta el Museo del Prado. Usted, el gran exegeta lírico del Giotto, Piero della Francesca, Botticelli, Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Tintoretto, Veronés y tutti quanti. Usted, Alberti, ha sido Europa incluso en los momentos más turbios, más agónicos, cuando los niños descalzos de Extremadura -"¿quién les robó los zapatos?"- ponían ira y fuego en sus palabras cansadas de tanta servidumbre, de tanta fraudulenta explotación del hombre por el hombre.
Usted y su generación, ustedes son Europa, más allá de Maastricht y la moneda única y los herméticos lenguajes de los burócratas. Por eso lo dejó todo usted un día -bosques, arboledas, perros, años de destierro, temblores, mares y heridas para volver a Roma, para soñar Europa, para sentir cerca la agonía del tirano ibérico, para pedirle un día al rey alto y rubio la amnistía general y poner punto y final definitivo al espanto cainita, para regresar a Madrid, ser diputado y luego dejarlo, porque un poeta, un gran poeta, no pinta nada en ningún congreso. Donde pinta es en la calle, en la memoria de sus lectores, como la de aquel amigo mío dedicado al comercio de bicicletas que un día me recitó sin equivocar una sílaba: "Que no me digan a mí / que el canto de la cigüeña / no es bueno para dormir. / Si la cigüeñita canta / arriba en el campanario, / que no me digan a mí / que no es del cielo su canto". Mis respetos, maestro.
Babelia
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