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Los olvidados de Ruanda

La vida del millón de hutus refugiados en los campos de Zaire, al límite del sufrimiento, es una postal del infierno

, La imagen de miles de anónimos cadáveres del holocausto ruandés incrustada como una postal del infierno en la paradisiaca orilla del lago Kivu alucinó hace 20 meses a un Primer Mundo acostumbrado a restar importancia a las "guerras entre salvajes" del Tercero. Desde entonces, un millón de hutus de toda condición, de los más de dos millones que salieron de Ruanda hacia países limítrofes huyendo de la venganza tutsi, se hacinan en 25 campos de refugiados entre las ciudades zaireñas de Goma y Bukavu, esperando, al límite del sufrimiento y la paciencia, una vuelta de tuerca de la ONU, el Gobierno tutsi o las miicias hutus que les permita regresar a salvo a sus casas y acabar con la estancada pesadilla en que se ha convertido la convivencia interétnica en él país de las mil colinas, antigua colonia belga.

Se hallan entre la espada y la pared: quedarse es insoportable, pero se arriesgan a ser ejecutados o encarcelados si vuelven, pues para ajustar las cuentas del genocidio en Ruanda lo mismo valen inocentes que culpables. En la parte más estrecha del Kivu, la orilla ruandesa está al alcance de un tiro de fusil, y, sin embargo, los refugiados de los campos de Inera Koalle o la isla de Idjwi la miran como si fuese una lejana tierra prometida, sin saber si sus antiguas casas están destruidas u ocupadas por tutsis repatriados desde Uganda, Tanzania, Burundi o el mismo Zaire tras el triunfo en la guerra del Frente Patriótico Ruandés. Las noticias remotas de que tal o cual amigo o pariente ha sido detenido, separado de su familia, torturado y encarcelado indefinidamente en alguna de las siniestras prisiones ruandesas, como le ha sucedido a Baramo Hassan, encerrado en la cárcel de Nyanza, en Butare, a la semana: de llegar con su familia, pesan más que las garantías de seguridad de los cascos azules de MINUAR (Misión Internacional de Naciones Unidas Acción Ruanda), el Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR) y las poco creíbles del Gobierno de dominio tutsi. Atravesar las fronteras de Cyangugu o Gyezeni inspira todavía el mismo temor que tener que adentrarse en el corazón de las tinieblas, de modo que los campos de recogida y tránsito de la ONU para la repatriación permanecen siempre vacíos, mientras que los campos revientan bajo el sol, la lluvia y el frío.

El campo de Inera, regentado por españoles de Cáritas, cerca de Bukavu, es un hervidero de supervivientes. Desde lejos se oye el feroz murmullo de sus 54.000 habitantes, pocos, comparados con los 200.000 que albergan cada uno de Kibumba, Karale o Kahindo, cerca de Goma. "Esto es como esperar la muerte, no se puede soportar rnás", clama Deo, un joven profesor, en la puerta de su sheeting, la estructura dé palos y adobe forrada con plásticos azules; y blancos del ACNUR donde viven sobre cuatro metros cuadrados familias de hasta 10 miembros. A sus pies, abajo de la colina, se apelotonan miles de chozas brillando como una espesa marea de plástico. Dentro de esa inmnensa ciudad cada vez menos provisional, la gente se esfuerza por normalizar el caos y convertir lo que antes eran condiciones de vida Propias de animales en algo parecido a una comunidad organizada. El campo se ha ordenado en zonas y barrios, con sus propios representantes vecinales y tribunales de justicia para resolver casos meñores. Cada cierto tiempo, como ahora en navidades y fin de año, uno de los antiguos responsables del ballet nacional de Ruanda organiza fiestas con bailespara que la gente "se olvide durante dos horas de dónde está viviendo".

Junto a la ruinosa carretera del lago por la que deambulan los refugiados, buscándose la vida, enormes tiendas de campaña acogen el hospital y las escuelas de primaria y secundaria, donde 235 profesores rúandeses, enseñan a 11.000 niños. Se acaba de editar un periódico de espíritu conciliador, La Mediateur. También hay una especie de cabaré, planchadores de ropa, tiendas de artesanía y barca donde venden pinchitos de sahta, cérveza Primus y cigarrillos Ambassade. En el campo de Kashusha, regentado por la Cruz Roja Internacional, hay médicos privados que pasan consulta, y hasta un hotel de dos plantas. Igual que el rencor y el miedo, se extiende, cómo no, la corrupción. Desde su puesto, de privilegio, muchos enfermeros, médicos o encargados de almacén desvían alimentos y medicinas, auténticas monedas de cambio, para revenderlos en el mercado negro. Pero esta debilidad no es nada comparada con las extorsiones y robos continuos a que les someten los militares záireños, unos piratas al lado de los Otros militares zairenos pagados por la ONU y sacados de la guardia presidencial de Mbbutu que supuestamente vigilan la seguridad de los campamentos y que son de todo menos santos.

Nadie se muere de hambre, pero por poco. Cada 15 días se reparten raciones familiares de maíz, arroz, aceite, judías, azúcar y sal, dieta vegetariana que a razón de 1.500 calorías por individuo y día procuran un sustento fisico en el límite de la malnutrición. En las últimas semanas, el PAM (Plan Alimentario Mundial de la ONU) ha reducido en 300 la asignación de calorías.

En estas condiciones de funcionamiento, las enfermedades se propagan como pólvora que arde, y de no ser por la presencia sanitaria de las ONG, que las atajan, diezmarían a la población en cuestión de días. En una población de 50.000 personas hay 1.000 casos, semanales de paludismo. Abundan el sida, las fiebres, tifoideas, las diarreas sangrantes, la meningitis, la sarna; en fin, nada fuera de lo normal en África. A cambio de 30 muertos paren 75 mujeres cada semana en Inera. Dicen que pasan mucho tiempo encerradas con los hombres.

Gran parte de los refugiados viven atenazados por las depresiones y los traumas. Chavales autistas y violentos con mirada de cordero degollado, que vieron matar y mataron, como algunos en el campo de niños no acompañados de Katana. Genocidas adultos rotos por el horror pero ajenos por completo al sentimiento de culpa por el crimen al que les arrastró el odio colectivo acumulado durante siglos contra los tutsis, más altos, más ricos, más guapos. Y la frustración de la mayoría de inocentes, agudizada entre la élite que forman políticos, profesores, médicos o funcionarios, que por haber perdido más son los que peor digieren la miseria en que se hallan.

Cada uno se busca la vida como puede: unos vendieron el coche en el que huyeron. Otros trabajan en las ONG, labran la tierra de los zaireños o montan su tenderete. A veces prostituyen a sus hijas. Excepcionalmente, hay quien estudia en la Universidad de Bukavu, donde les cobran el doble que a los zaireños, como Emmanuel Ruayahana, que además de a sus dos hijos cuida a otros dos niños cedidos, por Unicef en tanto se averigua si sus padres están vivos o muertos. Con todo, la solidaridad no cunde, y hay campos como el de Karuma, en la isla de Idjwi, donde los refugiados se han dividido en bandos enemigos según la procedencia regional y la posición social. Trabajando, esperando, maldiciendo, los días se suceden, enchufados al suero de la ayuda humanitaria de Occidente. Unos días llueve más que otros, unas semanas se come más que otras. Pero la tensión, mientras tanto, crece como en una olla sin escape. De ahí los rumores que brotan cada hora de todas las partes con la forma dé sus miedos y deseos. Rumores interesados de hutus moderados, extremistas tutsis, la ONU, los militares zaireños, que pretenden romper a su favor la situación de crisis.

El rumor más fuerte de estos días, junto; al recurrente que anuncia una ofensiva de las milicias hutus supuestamente infiltradas en el interior de la selva de Ruanda, es el que asegura que en tomo al 31 de diciembre los militares zaireños de la región, convertidos en cuadrillas de bandidos y contra la palabra del dictador Mobutu, van a iniciar una operación de repatriamiento forzoso similar a la de agosto, cuando desvalijaron los campos y se llevaron detenida a la gente a la frontera ruandesa. Parece, sin embargo, que lo que buscan es sembrar el miedo para robar más fácilmente.

"Tendría yo que estar loco para volver a Ruanda. Si vienen los militares, antes de que me echen me meto en la selva", dice Patrick, presagiando la estampida. Pero no hay sitio mejor al que ir. Al norte de Goma hay cazadores furtivos, fieras y minas. Al oeste, la selva y la guerra de Masisi, que enfrenta a hutus zaireños con bahundas y tutsis. Al sur se va a Burundi, donde hutus y tutsis siguen matándose en una guerra no declarada que podría degenerar en otro holocausto. Al este, los soldados tutsis del Gobierno ruandés han minado las selvas de la frontera, cerrando la cadena de violencia.

Colonialismo humanitario

, Los refugiados se desahogan criticando a Estados Unidos, y a_los organismos de la ONU por su postura protutsi. Los religiosos españoles son de la misma opinión, como la monja Pilar Espelosín, la del Premio Príncipe de Asturias, que desde Inera acusa a los funcionarios de la ONU de burócratas y poco menos que de mercenarios ajenos a la realidad de los campos, "sólo interesados en los sueldos" de entre 6.500 y 16.500 dólares (entre8,00.000 y dos millones de pesetas) que cobran al mes. Hasta ahora, varias ONG han tenido roces con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el ACNUR. Los primeros piensan que éstos midlen cicateramente los costes de los médicamentos. De hecho, la OMS no da insulina para los diabéticos adultos. El problema, dicen, es que disponen de recursos limitados que hay que racionar.

El vendaval de dinero que han traído las ONG y la ONU a Bukavu y Goma está aalimentando a la población zaireña una vez huidos los turistas, pero también ha generado una inflación brutal que ha situado el precio del suelo y los alquileres a la altura de los de Manhattan. Por eso, y por la corrupción de las autoridades, todas las ONG españolas han salido temporalmente de Goma, aunque no de Bukavu.

El tiempo va creando la premonición de que algo horrible puede suceder en cualquier momento. Mientras, los musungus (blancos) continúan trabajando, la mayoría siguiendo la máxima, de ayudar al pueblo pero sin mezclarse con el pueblo; haciendo una vida endogámica de bureau y club sportif que parece una continuación en versión humanitaria de la época de la colonia. Y también, mientras tanto, las milicias hutus, cada vez más armadas, se reorganizan lentamente repartidas por todos los campos, esperando el momento de la enésima revancha.

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