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Gordo de Navidad

Vicente Molina Foix

La decisión del Ministerio de Cultura de conceder los premios de Literatura del año 94 como un aguinaldo para las navidades 95-96 está siendo muy comentada, como suele decir el Abc. Hubo un tiempo, que hoy se recuerda feliz, en que la ya de por sí abultada nómina de galardones con los que el pueblo español y sus instituciones regala largamente a los artistas estaba repartida. Los Nacionales, que tanto interés y codicia despiertan entre autores y editores, tenían su fecha más lógica en la primavera, evitando la competencia navideña con el Planeta, el Herralde, el Loewe o el Nadal, y favoreciendo, al darse a conocer en las fechas tradicionales de las ferias del libro, su finalidad promocional.Así hasta que la colorista irrupción Carmen Alborch hizo del Ministerio de Cultura un lugar ameno pero lento, dando así las más odiosas armas a quienes desde siempre critican la indolencia de los que hemos nacido meridionales. Ni siquiera el nombramiento como director general del Libro del señor Bobillo, a quien creo norteño, puso remedio a esa lentitud bovina de las cosas ministeriales, si bien el director general suele mostrarse ufano, casi siempre en solitario, de sus iniciativas y logros. Con esta modalidad de convertir los meses de noviembre y diciembre en una rifa continua de los dineros públicos y privados se produce empacho, rivalidades, desdoro comparativo, y la curiosa anomalía de que el turrón del premio nacional puede recaer en un libro aparecido 23 meses antes de que el galardón lo desentierre, en dura lucha con los premiados más recientes de ese fin de año.

Todas las comidillas y hasta las zancadillas pierden fuerza, sin embargo, ante el premio mayor de nuestra tómbola anual, que, mira por donde, se falla mañana, Como ya sabrán ustedes por la prensa, este año puede ser, ahora que hablamos tanto de transición pacífica a la democracia, el de la solución de una tendencia que divide amargamente a las dos españas: ¿es el Cervantes demasiado premio para Cela? ¿Es Cela demasiado grande para el Cervantes? Ciertos medios de comunicación y algunas voces, dominadas por las de los acólitos, están llevando a cabo una campaña en pro de Cela que entra de lleno en la intimidación del jurado deliberador, al que se amenaza con la picota de una vergüenza histórica. Actos de terrorismo cultural de este cariz suelen estar orquestados por los beneficiarios, si bien en este caso el propio Cela se declara, con la boca pequeña, por encima de la melée, mientras los bocazas celosos no parecen caer en la cuenta de la redundancia de ser Cervantes después de ser Nobel, ser Planeta, y ser Cartero Honorario del Reino.

Recuerdo, a este respecto, una anécdota de Vicente Aleixandre, por su modestia la antípoda de tanto arrogante que está en la literatura para hacer carrera. Recibido el Nobel, que lógicamente le complació mucho, aun sin hacerle variar sus costumbres sedentarias y su rechazo del relumbrón, le pregunté un día de 1981 si le gustaría obtener el menor Cervantes. Vicente, con su educada ironía característica (la misma que mostró respondiendo con un saludo de mano detrás de los visillos a la pompa del Ayuntamiento madrileño que rebautizaba su calle Velintonia como calle de Vicente Aleixandre) me dijo: "Sería un gran honor. Es un premio tan importante... Pero, tiene para mí un grave inconveniente, se entrega en Alcalá de Henares, y así no hay manera de eludir la ceremonia". Los jurados son, por definición, herméticos, imprevisibles, a menudo incomprensibles, como demuestran, en dos ejemplos históricos, el veredicto de inocencia de O. J. Simpson y el que dio el Cervantes a la inexistente poetisa Loinaz, en ese caso por la boutade dadaísta de dos miembros que así votaron contra otros candidatos aun más rancios, entre los que, como siempre, estaba Cela. Quienes mañana decidan, ignoro sus nombres, podrán elegir entre dos formas de ser hurnanos; ceder a la presión de los media y con el voto a Cela premiar a una gran obra del pasado, a una lengua literaria que hoy no nos dice nada, a un autor representativo de un país que no es el nuestro, o, al contrario, buscar fuera del panteón a autores que estén menos cargados de medallas pero sean futuro.

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