Contra la igualdad
Yo estoy en una empresa donde se paga el mismo sueldo a las mujeres que a los hombres, hemos disfrutado mucho de una directora adjunta.y hay mujeres periodistas a las que ficharía la competencia antes que a otros colegas simplemente porque son mejores. Estoy en un periódico, en fin, donde ayer se publicaba en primera página, mandando sobre cualquier otra información, que el Tribunal de la Unión Europea, para escándalo de las feministas, concedía la razón a un jardinero de Bremen discriminado en beneficio de una jardinera sólo porque era mujer.Cualquiera diría que este periódico es no ya progubernamental, sino progesteronal. Lo cierto es que las mujeres están presionando por sus derechos dentro y fuera de estas paredes, pero ahora, desde hace unos años, con una intensidad que denota un brinco en la tendencia. Ni soy partidario de las cuotas a favor de la mujer ni me parece sensato que las feministas se enfurezcan porque un grupo de jueces reconozca a un hombre igualdad de derechos ante una mujer. Una feminista bien vestida como la ministra Alberdi ha declarado que la equitativa sentencia es tendenciosa a causa de que el tribunal estaba formado por hombres. Da por supuesto que un tribunal con mayoría de mujeres habría fallado femeninamente, y más aún si ella llega a estar allí.
Las mujeres juegan ahorá un doble envite. Piden la discriminación positiva, es decir, la desigualdad cuando les favorece y enarbolan la igualdad cuando otras veces les conviene. Hacen bien, aunque a mí no me parezca siempre cabal. Hacen su guerra, y algunos medios la alientan porque no hay guerra más sexy que la guerra entre los sexos, aparte de tratarse de una guerra de central interés, por repetida que narezca. Que ya no es tan repetida, además. Desde hace unos aflos, las mujeres disponen de posiciones no sólo para ha cerse oír, sino para hacerse obedecer. Está terminando el tiempo de las menesterosas manifestaciones callejeras y ha comenzado la fase de la estratagema en los despachos. Los hombres han aceptado en parlamentos y consejos primar a las mujeres con una cuota. Lo han cedido como un regalo 1 a la defensiva. Pero las mujeres están en la idea de emplear lo a la ofensiva. Las mujeres se apoyan entre sí dentro de las empresas, en la crítica cultural de exposiciones o libros, en los concursos, en la elección de cargos, en la designa ción de equipos, en los ascensos. Actúan con una solidaridad insólita en el mundo masculino.
No hay que cerrar el paso a las mujeres. Este es el anhelo y la ley moral. Pero sería de papanatas seguir las papanaterías, femeninas o no. Ni es verdad que todos seremos más felices partiendo por dos las ocupaciones familiares y el cuidado de los hijos ni es verdad que llegaremos al equilibrio perfecto cuando en todas partes una mitad de trabajadores de cada sexo desempeñen del mismo modo cualquier función. Ni el hombre es igual a la mujer ni la mujer igual al hombre; no son idénticos ni en cómo son ni en cómo suenan ni en cómo hacen. Las feministas que siguen por ahí defendiendo la igualdad a toda costa son una continuada edición del estalinismo que encarnaba Lysenko y sus adláteres- cuando sostenían como bandera del comunismo que la herencia genética era modificable por el ambiente social. La URSS mantuvo esta tesis cerrilmente a despecho de las abrumadoras comprobaciones científicas que la descalificaban. La última URSS que queda hoy es esa reunión de ásperas repúblicas feministas capaces de pasar por alto la dicha de ser hombre y mujer diferenciados.
Nadie debe oprimir a nadie con su diferencia, pero tampoco debería intentarlo en nombre de una igualdad que pretende subordinar la biología a la ideología. Cuando las mujeres lleguen a componerse de este barullo irresoluble que es ser hombre y los hombres puedan experimentar la locura creadora de concebir un hijo se podrá evocar una equivalencia parecida al paraíso. Entre tanto, la situación, como en Bremen, es un asunto de jardineria.
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