Nervios en Cuba
EL NERVIOSISMO está más que justificado en el caso de las autoridades cubanas. La situación interna es catastrófica; el humor de la población, peor si cabe, y los aliados políticos y financiadores del proyecto comunista caribeño dejaron de existir hace ya un lustro. El dilema político del régimen está entre prolongar la agonía social y económica de la población y la autoinmolación ideológica. Se suma a todo ello el miedo al revanchismo alimentado por sectores del exilio en Florida y por ultra derechistas norteamericanos como el senador Jesse Helins, que, sin enemigos ya de mayor entidad para sus campañas de agitación, quieren hacer creer al mundo que Fidel Castro es una amenaza para el pueblo norteamericano.Castro y el búnker ideológico que le rodea son una amenaza -consumada- pero tan sólo para su propio pueblo. Por eso, todos los intentos de sectores derechistas norteamericanos de endurecer las condiciones del embargo norteamericano a Cuba son tan anacrónicos como hipócritas. Negociar alegremente con China, que ejecuta en un solo año a más disidentes de los que encarcela brevemente el régimen cubano, o abrazarse con los líderes de regímenes islámicos que decapitan a mujeres por los motivos más nimios, parece molestar muy poco a estos abanderados del castigo implacable al régimen cubano. Esto, al margen de la impertinencia que significan los intentos de Helms y compañía de penalizar a las empresas de terceros países que decidan no acatar el embargo a Cuba. Washington puede comerciar o no con quien quiera. Pero los demás países del mundo, también. Y no es EE UU el Estado más interesado en desatar una guerra comercial por las obsesiones de unos cuantos políticos de Washington.
Pero todo parece indicar que el presidente Clinton y su Gobierno están decididos a alejarse de estas posiciones estériles. El reciente anuncio de la apertura de nuevas posibilidades de contacto de norteamericanos con Cuba, hasta ahora vedadas, son una señal en este sentido. Y todo parece indicar que ganan en Washington adeptos las tesis de la Unión Europea, auspiciadas por España, de que el inevitable fin de la dictadura castrista -tarde o no- será más pacífico y positivo si va precedido de una apertura de los contactos a todos los niveles.
No se trata de agasajar a Castro en viajes oficialistas, sino de establecer fórmulas que permitan desmontar los mitos del castrismo, como el de que la miseria del país se debe a un supuesto bloqueo que nunca existió. Y se trata también de introducir en la isla un debate que ha de comenzar, incluso, tímidamente, por la economía, pero acabará irremisiblemente en el debate público sobre la transición hacia la democracia. Hay que tratar con quien ostenta el poder, pero con mucho mayor énfasis hay que introducir fórmulas que permitan el intercambio de ideas e información en Cuba. El aislamiento es contraproducente. Y quienes más temen que se acabe son precisamente quienes se lamentan del cacareado bloqueo. Porque la apertura a Cuba les dejará sin pretextos y demostrará el carácter nefasto del régimen.
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