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ENSAYO ATÓMICO EN EL PACÍFICO SUR

La Marina captura dos lanchas de Greenpeace en Mururoa antes de la prevista explosión

Enric González

Francia mantiene la espera. Las bombas están en los pozos y el dedo está sobre el botón, pero el anunciado ensayo nuclear seguía ayer sin realizarse. A las seis de la mañana, hora de Mururoa (18.00 hora peninsular española), todos los barcos de la flotilla para la paz intentaron en vano escuchar algo, percibir algo en el oleaje. Nada. Grempeace había lanzado horas antes, con éxito relativo, una operación casi desesperada para mantener viva la protesta: dos lanchas neumáticas burlaron la vigilancia de las patrulleras y penetraron en la laguna del atolón, donde los cuatro tripulantes fueron detenidos, según fuentes oficiales.

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No hay razones técnicas para la demora. La Marina y los técnicos nucleares franceses tienen ya a punto distintos artefactos en los dos atolones gemelos, Mururoa y Fangataufa, a la espera de la orden presidencial.Mientras tanto, David McTaggart y su gente de Greenpeace coordinadores de la flotilla para la paz, ganan tiempo y preparan nuevas acciones. La de ayer fue "sólo el principio", afirmó McTaggart. "Habrá nuevas acciones en las próximas horas. No les dejaremos tranquilos", prometió el fundador de Greenpeace.

La jugada de Greenpeace comenzó a las 2.45 horas (14.45 en España). Dos hombres y dos mujeres de distintas nacionalidades, tres de ellos jovencísimos, descendieron dificultosamente hacia dos lanchas neumáticas con motores fueraborda. El buque que los transportaba no aminoró su marcha para no infundir sospechas a la patrullera francesa que permanecía vigilante a una milla escasa.

"Es como antes. Como cuando no teníamos un duro", dijo David McTaggart, el viejo fundador de Greenpeace y actual jefe de operaciones de la protesta antinuclear en el Pacífico sur. Cerveza y cigarrillo en mano, McTaggart estaba satisfecho por el plan que se ponía en marcha. "La lancha neumática es el símbolo de Greeripeace. Sin helicópteros ni grandes barcos, aún podernos darles un disgusto. Y vamos a intentarlo".

Las cuatro personas sabían desde 12 horas antes que habían sido designadas como protagonistas del casi desesperado intento. Para calmar los nervios, y para mostrar una imagen de normalidad ante los prismáticos militares, se organizó una barbacoa a bordo del Manutea con invitados de distintas naves. Mientras, en otro lugar, las dos lanchas neumáticas eran cargadas con lo más elemental: un bidón de gasolina, tres botellas de agua, una bolsa de cacahuetes y un emparedado de mermelada. Todos los instrumentos de navegación se reducían a una brújula. Ambas lanchas llevaban un elemental aparato de radio que debía servir para un solo uso. O bien "hemos llegado", o bien "nos detienen". Eran 14 millas, unos 25 kilómetros, hasta la entrada del atolón. "Si esto fuera una guerra, esta gente tendría asegurada una medalla al valor", dijo una de las sombras que despidieron a los cuatro activistas. Cada una de las mujeres pilotaba una lancha.

La espera fue larga en las naves de la flotilla que estaban al corriente de la operación. Luces apagadas, paseos furtivos por cubierta y una constante atención al radar. La patrullera francesa mantenía sus idas y venidas rutinarias: una buena señal para Greenpeace. Dos horas y 40 minutos más tarde, a las 5.25, el receptor de radio emitió una voz jadeante: "¡Estamos en la boca del atolón! ¡Vamos a entrar! ¡Estamos a punto de conseguirlo!".

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