Con la venia del presidente Clinton
La situación geográfica de Mururoa ha obligado a los autoridades estadounidenses y francesas a extraños compromisos. Francia, para trasladar sus aviones, material nuclear o productos de fisión, necesita atravesar el espacio aéreo de EE UU, y eso exige una autorización norteamericana. Ahora, según explica el diario Le Monde, el presidente Clinton pidió y obtuvo que la reanudación de las pruebas en la Polinesia francesa esperase a que él hubiera abandonado Hawai, cosa que hizo el domingo. La demanda de Clinton no ha podido ser desoída, porque se trata de devolver el favor de muchos vuelos autorizados por Washington a base de simular ignorancia.
Cuando EE UU negó su visto bueno a los peligrosos transportes franceses, los traslados tuvieron que hacerse desmontando los aviones que, después de viajar en barco, fueron ensamblados de nuevo en Tahití. Situaciones de este tipo se dieron en 1966, 1973 y 1974, e implicaron a un Mirage IV, un Jaguar, un Mirage III-E y, en varias ocasiones, a los DC-8, que unen la metrópoli con los atolones.
En su momento, EE UU desaprobaba la política nuclear francesa en lo que tenía de gesto ambicioso e independiente. Esta condena hizo que los franceses se buscaran extraños aliados, como el general Manuel Antonio Noriega, que recibió en 1987, dos años antes de la invasión de Panamá, la Legión de Honor porque había dejado que los aviones franceses se sirviesen de su país como trampolín hasta Tahití.
La información de Le Monde sobre la historia de los transportes y sobre la necesidad del plácet de Clinton para poder realizar los ensayos permite ver bajo un prisma distinto dichas pruebas. París ha repetido en diversas ocasiones que el movimiento en contra de sus explosiones, ahora subterráneas, respondía al deseo conjunto de norteamericanos, neozelandeses y australianos de verles desaparecer del Pacífico.
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