Divertidísimo viaje a lo largo de Cuba
El discurrir trepidante, vivísimo, de los que se devoran con la mirada, de Guantanamera, su armazón sencilla, compuesta por una sucesión de episodios rápidos engarzados y entrecruzados con transparencia en un divertidísimo juego de montaje paralelo, hace que viéndola no se percate uno, hasta que la historia avanza y uno se orienta en el itinerario que paso a paso va trazando a lo largo de la espina dorsal de Cuba, de que hay complejidades debajo de su ligereza.Parece Guantanamera, y es (con todas las pinceladas negras que se quiera), una comedia, incluso un sainete. Es eso, pero también más que eso. Es también un melodrama (con pinceladas de culebrón), una farsa (con pinceladas de gran guiñol) y un documento de viaje con fondos, personajes e imagenes de paso que despiden una fortísima sensación de verdad. Engarzar, con tanta precisión como la que dejan ver Alea y Tabío, comedia sentimental, sainete costumbrista, humorada negra, melodramón onírico, didactismo político, documento realista y (a través del personaje fantoche y comodín del burócrata) pura farsa, no es asunto fácil de lograr en el cine, sino muy complejo, de los que requiere -cuando no se rompe el ritmo y la continuidad del relato, y en Guantanamera no se rompen- en su escritura, su rodaje y su montaje alardes de buen oficio.
Guantamera
Dirección: Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío. Guión: Elíseo Alberto Diego, Alea y Tabío. Fotografía: Hans Burman. Sonido: Raúl García. Música: Joseíto Fernández y José Nieto. Montaje: Carmen Frías. Producción: Gerardo Herrero. Cuba-España, 1995. Intérpretes: Carlos Cruz, MirthaIbarra, Raúl Eguren, Jorge Perugorría Pedro Fernández,Luis Alberto García, Conchita Brando. Estreno en Madrid en los cines Real Cinema, Canciller, Palacio de la Música y Renoir (Cuatro Caminos), entre otros.
En la filmografia de Alea hay obras de mayor fuste -por desgracia aquí no se llegaron a estrenar en su tiempo Muerte de un burócrata, Memorias del subdesarrollo, Las siete sillas, La última cena -que ésta, pero posiblemente ninguna tan divertida como ésta. Y ahí es, a mi jucio, donde se ven la mirada y la mano, de su discípulo, y aquí codirector, Juan Carlos Tabío, creador de Plaff!, su primer largornetraje, que provócó hace siete años estruendos ver reír al público en los cines habaneros es un suceso contagioso y un espectáculo, en sí mismo de carcajadas. Es posible ver, en algunos de los recursos de salida de las situaciones de Guantanamera y en la rapidez de definición de algunos de sus muchos personajes episódicos el sello de este joven cineasta, por todos los síntomas destinado a recoger el testigo de su maestro y alargar la obra de Alea, uno de los mejores cineastas de la historia del ciñe de habla castellana.
Ese aludido complejo puzzle de modelos formales dispares entrelazados en Guantanamera, unido a un esmero en la producción más que notable, deja abierta la puerta a la posibilidad de que la película, qué cuenta cosas y propone tipos difíciles de imaginar fuera de Cuba, alcance la audiencia internacional que busca y merece.
Personajes episódicos
Está el filme, bien y muy homogéneamente (Io que es indicio de buena dirección de actores) interpretado. Y de manera que (hay muchos rostros que pasan fugazmente ante la cámara y se quedan pegados hasta el final en la retina del espectador) las creaciones más contundentes y eficaces corresponden a personajes episódicos y, dentro de los que sostienen la continuidad de la historia, tanto o más que los cuatro con mayor calado argumental, los dos maravillosos personajes secundarios (el caminonero compañero de Jorge Perugorría y el conductor del coche del fantoche burócrata), dos creaciones que añaden al conjunto de modelos formales conjugados por Alea y Tabío uno más, el contrapunto de dos prototipos de la picaresca.Y todo en Guantamera parece preparar la prolongación del recorrido por medio mundo en que todavía está Fresa y chocolate, el anterior trabajo al alimón de estos dos directores que parecen entenderse telepáticamente, pues consiguen en sus duelos de engarce de disparidades, no solo entendimiento sino también solvencia y maestría comunes, que se complementan de forma tan natural, poco forzada, que logran algo que se parece, si es que no lo es, a la unidad de estilo.
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