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52º FESTIVAL DE VENECIA

'Guantanamera' y 'Apolo XIII' se reparten el día de máxima audiencia de la Mostra

Ron Howard convierte la aventura de los tres astronautas en cine barbitúrico

La noche del primero de los dos sábados que abarca el festival, ya que el segundo se clausura, es el momento, de mayor audiencia, tanto de espectadores como de informadores. Se le considera el día de lujo de la Mostra y en él entra el filme cubano-español Guantanamera. Un regalo para Tomás Gutiérrez Alea, que paradójicamente, tiene un precio: estar, en cuanto noticia, eclipsado por la sombra de la superproducción de Hollywood Apolo XIII; y por la presencia al frente de ella de Tom Hanks, al que apuntan todos los objetivos de las cámaras.

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ENVIADO ESPECIALGuantanamera es una ficción que segrega verdad. Y ésta se respiró durante su proyección en la sala Perla, por primera vez atestada de informadores. La película de Alea y Tabío hizo disfrutar a 2.000 espectadores con el colmillo retorcido, y únicamente en la escena final perdieron intensidad el silencio (hasta entonces, sólo interrumpido por risas) y la sensación de comodidad de la sala, lo que es indicio de una deficiencia del guión en el desenlace, que no es peor que lo que le precede, pero que debe ser mejor y no lo es.Falta un giro, un invento, de cierre argumental (el trueque de cadáveres no basta, porque se ve venir desde media hora antes de producirse) que convierta a la palabra fin en disparadero de una ovación cerrada, que quedó reducido a un aplauso sin la intensidad que hacía presagiar la porosidad de la sala ante el desarrollo de la divertida y viva historia (ver crítica de este filme en página 32).

Popularidad y mediocridad

La noticia del día estalló en forma de petardo en la enorme pantalla de la sala Palagalilei. Apollo XIII, arrastrada por la popularidad de Tom Hanks, pero lastrada por la mediocridad del director Ron Howard, es un opulento e impotente intento de reconstrucción de la emocionante (y casi por los pelos irreparable) aventura de los astronautas: Jim Lowell, Fred Haise y Jack Swigert, que quedaron atrapados en 1970 en una nave espacial y durante una semana tuvieron en vilo a medio planeta.Pero lo que fue un reality show que produjo siete días de insomnio en millones de telespectadores, aquí se convierte en dos horas y media de cine barbitúrico. No hay claustrofobia en la encerrona de los astronautas, ni sensación fuera de ella dé vértigo de los espacios abiertos en que esa flota.

Hay un tosco clip sin alma y sin otro aliento que las ganas de los tres astronautas atrapados de volver a su casa a rezar el rosario en familia y dar mimos al perro, mientras en tierra firme, entre los vericuetos y laberintos de la NASA, la sosería de Howard alcanza alturas eminentes, como la pera en dulce de que aquella tropelía de la más sofisticada tecnología tuviera que ser remediada, ante la incapacidad de la informática y la astronomía, a punta de lápiz. El sagaz (es un decir) cineasta, ni huele la paradoja: lo que no supo resolver el más grande equipo científico que ha existido, lo resolvió, así como suena, el calcetín de un hombre que supo ingeniárselas para seguir viviendo.

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