Nuevas bastillas
Una vieja sentencia occidental dice que una persona ha aprovechado su vida si ha escrito un libro, plantado un árbol y criado un hijo. El budismo viene a expresar la misma sabiduría cuándo habla de la reencarnación. Salvo que se crea en la existencia de un paraíso celestial con san Pedro o cualquier otro apóstol o profeta como portero, la única victoria posible frente a la muerte es inscribirse en la continuidad de la vida a través de aquello que se deja como herencia.Esta semana, Thilo Bode, director internacional de Greenpeace, ha declarado a José Comas, corresponsal de EL PAÍS en Alemania, que uno de los tres grandes objetivos de su organización es detener la depredación de los bosques. Si se piensa bien, la modestia del objetivo revela lo alarmante de la situación: Greeripeace no está proponiendo aumentar la superficie arbolada del planeta, sino mantenerla en sus niveles actuales. En materia de medio ambiente, la vanguardia de nuestra generación ni se atreve a soñar con la posibilidad de incrementar la herencia recibida. Se daría con un canto en los dientes si lograra transmitirla con la menor merma posible.
Tras haber ganado una dura batalla contra la compañía Shell, que pretendía hundir en el mar del Norte una vieja plataforma petrolera, Greenpeace libra ahora un desigual combate contra la Francia de Jacques Chirac, que se apresta a efectuar pruebas nucleares en el Pacífico. En uno y otro caso, Greenpeace está defendiendo un viejo principio de civilización -la libertad de uno termina donde comienza la de los demás- aplicado a la moderna visión del planeta como la casa común de la humanidad. Y Shell y Chirac, posiciones tan arcaicas como las de los islamistas que reclaman el derecho a hacer lo que quieran en sus países.
En este año en que se celebra el 500 aniversario de la creación de la ONU, se han recordado los muchos fracasos de esta organización. El último de ellos, la conquista por los serbios de la ciudad protegida de Srebrenica, ha sido particularmente bochornoso. Pero quizá los árboles de los fracasos nos impidan ver el bosque de la importante contribución de la ONU al desarrollo de un nuevo espíritu internacionalista: el de aquellos que se consideran ciudadanos del mundo. Si tanta gente en tantos lugares se indigna por la barbarie de Srebrenica es, precisamente, porque comparte ese espíritu.
Basado en los principios fundacionales de Naciones Unidas ese nuevo internacionalismo concibe como un combate mundial la aplicación de los derechos humanos, la detención de las guerras, la solidaridad con las víctimas de las catástrofes, la erradicación de la miseria social y económica y la preservación del patrimonio cultural y natural. En nombre de la comunidad internacional, revindica el derecho a la injerencia en asuntos que antes se consideraban internos, como la detención de un opositor, el aplastamiento de una minoría, la tala salvaje de un bosque o la destrucción de un monumento. Ese internacionalismo es el que, entre otros, expresan instituciones como ACNUR o Unesco y organizaciones independientes como Médicos sin Fronteras, Greenpeace o Amnistía Internacional. Y el que llevó a tantos españoles a apoyar el movimiento a favor del 0,7%, o a un montón de alemanes a boicotear las gasolineras de Shell.
Los franceses celebran hoy, 14 de julio, el aniversario de la toma de la Bastilla en 1789. Fue aquélla una revolución crucial porque a la idea de la libre circulación de capitales y mercancías sumó el concepto de ciudadanía. Hoy, la primera ha triunfado universalmente, pero gente como Chirac desearía que el segundo quedara limitado al ámbito nacional. Eso no es aceptable: el internacionalismo económico liberal sólo puede aportar a la mayoría de la humanidad todas sus posibilidades de eficacia, libertad y bienestar si va acompañado de la democracia a escala nacional, continental y planetaria. Los ciudadanos del mundo deben tener la posibilidad de corregir los posibles desequilibrios generados en cualquier parte por la acción de los banqueros y mercaderes, y también de los presidentes y militares. Conservar y acrecentar la herencia universal del 14 de julio significa lanzarse al asalto de nuevas bastillas. Por ejemplo, el atolón de Mururoa, donde Chirac quiere ensayar sus bombas atómicas.
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