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Desde la sombra

Pocas personas del lado de acá del escenario conocían el nombre de William Layton: pero la esencia de su enseñanza y de su sabiduría perfuma los grandes nombres que han hecho el mejor teatro español en los últimos treinta años. Por lo menos, desde que se fundó el Pequeño Teatro de Magallanes de Madrid (hoy, Sala X); y cuando en los altos del teatro Calderón estaba el TEC, con Narros, nombre imprescindible en su biografia. Con el de Plaza, que fue su alumno y luego el director del Taller William Layton, del que salieron Ana Belén, Enriqueta Carballeira, Carrión, Margallo y otros; de los cuales, a su vez, salieron el grupo Tábano y algunos otros.Decir que Layton trajo de Estados Unidos a España el Método Stanislavski es poco y también demasiado: muchos han intentado esa enseñanza, traída de allí o de Moscú -como Ángel Gutiérrez-, y al final ha resultado, aquí como en Nueva York -el Actor's Studio y otras escuelas-, que se ha subdividido en cien escuelas, cien maneras de entenderlo.No creo que ninguno de los grandes teóricos y prácticos del teatro mundial de finales del XIX y principios del XX hayan mantenido una escuela perpetua: cada uno fue un gran creador, y cualquier método, con o sin mayúscula, se ha extinguido después; o ha encontrado personas equivalentes. Hay maestros, no escuelas. Layton, con su enseñanza traída o importada de Nueva York, la trascendió y fue una de esas personas -un maestro- con capacidad creadora y, lo que es más importante, con capacidad para transmitir y enseñar. Estaba sordo; apenas hablaba otro idioma que su inglés y, sin embargo, comunicaba espléndidamente su capacidad artística.

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Probablemente, aparte de en esos teatros de siglas que resultaron onomatopeyas -TEM, TEI, TE-, la época de la mejor madurez de Layton se ha hecho en el teatro Español. Cuando hizo con Narros en ese escenario Largo viaje hacia la noche, de O'Neill, decía: "Nos gustaría provocar alguna reflexión; que nadie saliera igual que entró". Era una declaración de principios.

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