Un quanto de color
Tengo un amigo en Alcañices (Zamora), lugar prudente para seguir teniéndolo, emperrado en desconfiar del claro éxito de cualquier escritor tanto como Emily Dickinson de la sombría esperanza. Para ese amigo en paro, el verdadero escritor tiene que ser capaz de pasar desapercibido, al tiempo que se inventa, en plan compensatorio, títulos memorables: Criadero de curas (Alejandro Sawa), El sabor de la tierruca (José María de Pereda), Filomeno a mi pesar (Gonzalo Torrente Ballester), Nacida griega (Melina Mercouri) o Argentino hasta la muerte (César Fernández Moreno). Dado que pide ocultación bajo los titulares canoros, no le sirven a él muchos de esos buenos ejemplos. Su admirable ejemplar lo esgrime en una foto enorme de Humberto Palza, escritor boliviano qeu falleció hará cosa de 20 años. Nada le impide ahora al alistano paladear cuanto argumenta: "Hay que tenerlos bien puestos para titular con la pertinencia de Palza , que le puso a un ensayo filosófico El hombre como método. Pero en sus obras de creación y de crítica literaria, tamp10oco el muy jodido reparó en gastos: Mi novio el extranjero le llamó a una de las primeras y Tierra adentro, mar afuera a otra de las segundas". Concluye el zamorano: "De nada le sirvieron esos títulos, pues yo no encuentro a nadie que haya leído una línea de este hombre. Sin embargo, se libró del más innoble de los reproches que puede merecer un escritor". Tose. Y, en vez de los dos puntos verticales, mete una pausa horizontal. Al término de la estrategia, suelta el reproche con voz de cita: "¡No supo dar con el título exacto!". Y así anda el palzadeño, cosechando adeptos al método, desde Alcañices a Sebastopol.Mientras tanto, Manuel García Viñó nos introduce en el meollo de La novela relativista y quántica ("Heterodoxia", número 22, 1995), también buen título, con inusitado vigor: "En el arte quántico, todos los resultados estéticos, se enuncian en forma corpuscular. El arte quántico introduce, en la composición de la obra, la discontinuidad. Una novela quántica se parecería más a un mosaico que a una acuarela o un pastel. Y no digo un óleo, porque la pincelada, en el arte postimpresionista, equivale a un quanto de color, que se une con otros para constituir una unidad (formal) superior". Pablo Milanés, que ha sido a Fidel Castro lo que Palito Ortega a Carlos Menem, habrá pillado la indirecta. Su ministro de Cultura, Armando Hart, al parecer más cerca de Bosé que de Milanés, acaba de tener una idea, comparativa y feliz, en la ciudad de México: "En Cuba nos han robado cuadros, pero decir que Cuba ha estado comercializando ilícitamente y afectando (sic) el patrimonio cultural es, sencillamente, una calumnia y yo me pongo nervioso con esto, porque es como si me dijeran que yo soy un bandido". Otro hermoso título en perspectiva: El bandido como método. O mejor: Hija, llámaselo antes de que te lo llame.
A todo esto, si es que el proyecto no se fue al traste, habrá finalizado la semana pasada, en La Habana, un homenaje al escritor Severo Sarduy. Para darle un quanto de color al mismo, los organizadores bautizaron de esta manera tan loable propósito: Severísimo. La UNEAC; por lo visto, ya no le tiene miedo al desmadre, por más que del ingenio superlativo pudo nevar algo peor: Barroco y sus hermanos. Miembro del comité organizador de este homenaje a un creador cubano, que murió en el exilio, la escritora argentina Basilia Papastamatiú, que, en efecto, fue amiga de Sarduy, pone en práctica aquello de que el fin justifica el remedio: "En privado podría comentar algunas cosas, pero en general respetaba al régimen". "¡Ajipedobes!", exclamaban en casos como éste los clásicos, deseosos de ser leídos al revés. Pues ocurre que Severo Sarduy no firmaba manifiestos políticos por temor a que su familia, que seguía viviendo en Cuba, fuera objeto de represalias. Para Basilia, que reconocerá al instante el color de la conciencia, resucito esta sentencia -china, yoruba y quántica- pronunciada a menudo en un café de Saint Germain des Près: "Hay que ser tarado para tomar por bendición verde olivo una vulgar plaga de langostas". Luego se abanicaba con Tel Quel. O cantaba como Olga Guillot: "¡Bravo!,/permíteme aplaudir/por tu forma de herir/mis sentimientos..." Y todo, por respeto quántico al regimen.
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