El académico
Hizo poco a poco una biblioteca insólita que leyó al atardecer de Úbeda; fue impulsado por maestros y por colegas, pero sobre todo sus padres asistieron, con la devoción sin retorno que tienen los padres, al nacimiento de una vocación invencible, la vocación literaria.Años después, aquel joven que tapiaba el paso del tiempo leyendo como un loco cualquier libro, todos los libros, es un escritor importante, un ser humano que ha demostrado, a lo largo de su obra, la utilidad íntima, y social, de la escritura. Desde la casualidad -su. manuscrito de Beatus Ille llega a Seix Barral, lo lee Gimferrer y empieza a rodar una historia real de éxito literario- hasta la constancia, Antonio Muñoz Molina construye su rostro cultural, su manera de estar en la vida, e irrita y anima, está en las cosas y ante nada se muestra indiferente. En un mundo acostumbrado a que el escritor se reduzca a creer que en efecto puede llegar a ser, por derecho intrínseco, el bufón de la corte, este muchacho de Úbeda se sitúa serio, y planta cara al lugar común y a la miseria, los dos extremos de una vida nacional en cuyo medio está la virtud, pero está también la mezquindad. Los que en otros instantes reclaman del escritor -del intelectual, como se dice- compromiso y verdad reaccionan incómodos porque en efecto Muñoz Molina -y otros de su generación, que es verdaderamente una regeneración literaria en España- dice lo que piensa de las cosas, pero las dice con una inteligencia contundente, como si describiera lo que ocurre, de acuerdo con una vieja e incómoda sabiduría, que le proviene seguramente de su manera implacable de preguntarse a sí mismo.
Polemiza y agita, y los que asisten regocijados a la posibilidad del circo nacional esperan que se estrelle, que en una de éstas caiga bajo la piedra del escándalo, y porque dice que un artista no es para tanto, le llueven desde las alturas y desde los afluentes de la vida cultural establecida todo tipo de mandobles.
En medio, claro, sigue escribiendo libros, porque ése debe ser su aliento inevitable, escribir, escribir como una prolongación implacable, nítida, de la lectura y del aprendizaje; a un libro le sucede otro, y como es muy joven y no se espera además que reitere con tanta profusión el triunfo de su escritura, siempre se le recuerda que su libro anterior fue mejor que el sucesivo.
La mezquindad nacional le va creando sus fronteras y, mientras tanto él va acercándose a una extraña, y sólida, madurez literaria, que proviene sin duda de aquellas tardes de Úbeda. Su madre dice que compraba libros todos los días; que ella le daba un dinero y que el chico regresaba a casa siempre con un libro en la mano, encogiéndose de hombros como si hubiera sido inevitable:
-Es que estaban tan baratos...
Ese muchacho es hoy académico de la Lengua. La lengua es una dignidad contundente, verdadera, el reflejo de una manera de ser de la sociedad, y tiene que haber organismos y sitios donde ese ejercicio de hablar y de escribir se mantenga siempre en discusión, para afirmarla y para fijarla y para darle esplendor y vitalidad. La elección de Muñoz Molina como académico es una circunstancia que debe tomarse como es: la sociedad a veces sí se da cuenta de lo que tiene en su seno, y no sólo en su alrededor. Y acogiendo a este Robinson urbano la institución académica demuestra que es capaz de ir más adelante en su manera de reconocer el valor ajeno que la propia sociedad literaria, que a veces con tanta inquina niega el pan y niega la sal.
Hace poco hubo esta conversación de sobremesa:
-Demasiado joven. Lo van a moler a palos.
-No creas: su literatura es invencible.
Esa literatura invencible, la vieja y esencial vocación literaria, es la que ha entrado en la Academia. Los que más se han alegrado con él serán seguramente los que le veían de chiquillo comprar y leer todos los libros del mundo.
Babelia
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