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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arafat reacciona

EL TRIBUNAL de seguridad palestino en el territorio de Gaza ha dictado en los últimos días dos largas penas de prisión contra sendos activistas de los grupos terroristas de Hamás, mientras la policía palestina detenía a más de 170 extremistas radicales islamistas. Se trata de los primeros golpes enérgicos de la nueva autoridad palestina bajo Arafat contra los más peligrosos enemigos del acuerdo de paz con Israel y del plan gradual de creación de una Palestina soberana y autónoma. La cadena de atentados de Hamás en Israel, así como en Gaza y CisJordania, ha creado una situación gravísima que hacía inevitable una reacción por parte de Arafat si no quería ver hundirse el proceso de paz, arrastrándole a él y a su interlocutor israelí, el primer ministro Rabin, tras de sí.A principios de abril, la espectacular deflagración de un taller de explosivos de Hamás en Gaza, ya, fuera por accidente o por intervención externa, confirmó que estos grupos irreconciliables con el proceso de paz están resueltos a ampliar su actividad terrorista. Le siguieron dos atentados contra autocares israelíes con coches bomba, reivindicados por Hamás y por la Yihad Islámica, otra organización terrorista palestina, que colocaron a Arafat en esta situación límite. Sólo una actitud firme en la represión del terrorismo palestino podía dar un nuevo margen de actuación, y sobre todo tiempo a la Administración palestina, para cuajar y frenar asimismo la oleada de hostilidad hacia el proceso de paz en la opinión pública israelí.

Arafat está sometido a una fuerte presión de Israel y de EE UU, que le acusan de escasa firmeza e incluso de tolerancia con los terroristas. Esa presión exterior es lógica y sitúa al líder palestino en una situación nada envidiable y da toscos argumentos a los extremistas que le tachan de agente de Israel. Pero la ver dadera razón que lleva a Arafat a enfrentarse con los grupos terroristas no es complacer a Israel, sino de fender su propio poder. Con un incremento de la fuerza de Hamás y la Yihad, Arafat acabaría por perder la capacidad de aplicar su política y caería bajo el chantaje de los grupos violentos. Arafat tiene hoy la guerra en casa y ya no puede ignorarla. Tiene que combatir a aquel los que no tienen otra opción para el futuro palestino que la guerra y el sufrimiento. Y si no asume este combate acabaría perdiéndolo. Pero las dificultades no vienen sólo por aquel flanco. Israel sigue incumpliendo el compromiso que asumió en el momento de la firma del acuerdo en Washington acerca de los asentamientos israelíes establecidos en Gaza y en otros lugares de los territorios ocupados. El compromiso está en retirarlos. Son auténticas bombas de relojería contra el plan de pacificación. Lo son ahora y lo seguirán siendo cuando las tropas israelíes se hayan retirado por completo de los territorios especificados en el acuerdo. En no pocos casos, los atentados de Hamás y de la Yihad son alimentados por la situación explosiva creada por la permanencia de los asentamientos. Y la población israelí de esos asentamientos está formada en gran proporción por ultras israelíes, convencidos de que su resistencia en tierras que deben ser devueltas a los palestinos es una forma de sabotear unos acuerdos de paz que tienen en ellos enemigos tan irreconciliables como en los terroristas palestinos.

En este vacilante proceso de recuperación de la paz en los territorios palestinos ocupados por Israel, dos medidas aparecen decisivas para poder marchar adelante: por un lado, una actitud firme de Arafat que frene la acción violenta de los grupos palestinos que no quieren la paz, pero por la otra una acción decidida por parte de Israel. Arafat ha comenzado ya a actuar en ese sentido, en un pulso difícil e inevitable destinado a acabar por la fuerza con grupos que sólo responden a argumentos de fuerza. Rabin tiene que demostrar ahora que también está dispuesto a tomar en serio el compromiso de retirar los asentamientos judíos en territorios palestinos. Los ultras de los dos bandos se oponen a tales medidas. Pero Arafat de un lado y Rabin del otro tienen que dar prueba de que no les fallará el coraje ni la decisión en los momentos en que más se requieren.

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