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Tribuna:POLEMICA POR LOS ARCHIVOS DE LA GUERRA CIVIL
Tribuna
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Los archivos y el honor

El autor de este artículo, historiador, entra en la polémica sobre el Archivo Histórico Nacional, con sede en Salamanca. "Lo lamentable es hacer de este tema una confrontación en que entran en juego símbolos e intereses políticos.

Antonio Elorza

Hace 20 años, el archivo de la guerra civil en Salamanca era todo menos acogedor. Seguía oliendo a la represión política que estuvo en la base de su fundación, para servir de centro de datos en la santa tarea de limpiar de rojos y masones a España. Servían los documentos ex guardias civiles; uno de ellos, cordial y bondadoso, "el señor Paco". De otros, mejor no acordarse. Así, hasta la transición, cuando el archivo sufrió una transformación radical, convirtiéndose de guarida siniestra en un centro de documentación histórica ejemplar, gracias al buen trabajo de unos profesionales, a quienes designaremos por sus nombres de Maite y Antonio, y sus subordinados. El resultado: un gran archivo histórico de la guerra civil española y sus antecedentes, el mejor de España y uno. de los mejores de Europa para el periodo.Ciertamente, el AHN (sección guerra civil) es un archivo nacido de un expolio, y eso explica su configuración, como amasijo de papeles oficiales, de organizaciones sindicales y políticas, de militantes, casas del pueblo, que debían servir para confeccionar listas de personajes a perseguir y eliminar. Por eso el complemento de los papeles originales es el gigantesco fichero con casi dos millones de españoles susceptibles de ser reprimidos. De ahí el valor de conservar la unidad de este archivo. El argumento de que recuperar documentos equivale a borrar simbólicamente la represión se destruye a sí mismo: justamente esa coexistencia de fuentes y fichas es lo que recuerda el alcance de la actuación franquista.

Resulta comprensible la tentación del rescate. De la Generalitat, del PSOE, de la UGT, del PCE y, también, de las personas. ¿Por qué va a seguir ahí la ficha de mi padre?, podría decir yo mismo. Pero, ¿qué se consigue con ello? Si el archivo es una cuestión de honor, concedámoslo, que cada cual recupere lo suyo. Pero o todos o ninguno. Y entonces Franco alcanza una victoria póstuma. Conseguirá lo que su política de incautaciones y silencios forzados no logró: eliminar la memoria de la guerra civil.

Desde la perspectiva profesional de historiador, lo lamentable es hacer de este tema una confrontación en que entran en juego símbolos e intereses políticos. No parece que el señor Pujol se interese demasiado, según me cuentan mis colegas de la Universidad Autónoma de Barcelona, por el pequeño y cordial archivo de la Generalitat que ocupa el viejo edificio de la Soli, al borde del traslado a una incómoda localización en Sant Cugat del Vallés. Me temo, pues que es cuestión de principios y de imagen, aspecto que evidentemente no se lograría resolver con la lógica microfilmación del antiguo fondo "político-social" de Barcelona en Salamanca, suficiente para hacer posible aquello que debería constituir el objeto de los archivos políticos, convertirse en historia merced al trabajo de los historiadores. A quienes, de veras, ese trabajo les renta poco. Bien estaría la entrega simbólica de los documentos propios de la Generalitat como institución, pero incluir en el paquete los fondos políticos y sindicales de todo cuanto se encontraba en Barcelona durante la guerra sería, pura y simplemente, un acto de desmantelamiento del Archivo Histórico Nacional de Salamanca y de dispersión de fondos. Al margen del pésimo simbolismo que podría suponer la consideración de una Cataluña unitaria como única víctima del expolio franquista. El expolio afectó también a Euskadi, a Madrid, a Valencia, a los republicanos que acompañaron al Gobierno de Negrín en Cataluña, a los comunistas y a la CNT. La de 1936-1939 no fue una guerra de España contra Catalunya, que justificaría la restitución a los sucesores de los demócratas vencidos, sino una guerra del general Franco y los suyos contra la República española, dentro de la cual se encontraban la Generalitat y el Gobierno vasco.

Esos fondos fueron a parar a Salamanca. Podrían estar en Madrid, en Segovia, en Valencia o en Barcelona. Lo importante es su reunión en un punto, y el establecimiento de los medios para que las reproducciones microfilmadas lleguen a todos los centros (como la Fundación Pablo Iglesias o el Archivo del PCE) a efectos de completar los archivos de organización e institucionales. Pero las fotos oficiales parecen tener más importancia. Cuando se han perdido ocasiones tales como la obtención en microfilme del Archivo del Ejército Soviético, en su fondo sobre la guerra de España, ofrecido desde Moscú y dejado escapar por el Ministerio de Cultura sin entablar siquiera negociación, lo que ahora ocurre es lógico y justifica mi dura calificación de tal política: pasiva y, perdónenme, señores, la expresión, disparatada.

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