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Príncipe del incógnito

Vicente Molina Foix

En la agenda para 1995 de la venerable BibliothÈque de la Pléiade se honra a los artistas del pasado citando sus nacimientos o sus muertes por siglos y décadas terminadas en 5. La última entrada es 1985, y en ella se mencionan al final los fallecidos de los 10 años anteriores. "Mort d'Aleixandre y Merlo Vicente, poète espagnol", dice la primera línea con esa nomenclatura invertida, al modo húngaro, que desde luego no se aplica a los restantes nombres de la lista, acabada sin error con la muerte "d'Orson Welles, acteur et réalisateur de cinéma américain".Comprendo que ser poeta y llamarse Alejandro-Mirlo Vicente es insuperable, pero esta vez la afamada hipérbole francesa fue demasiado lejos con quien nosotros llamamos -sólo- Vicente Aleixandre. El poeta, eso sí, murió el 14 de diciembre de 1984, y hay que decir que ni siquiera la floreciente industria de las pompas fúnebres, que es la más pesada de nuestra cultura, se esforzó en el reciente aniversario con sus habituales campanas y crespones. Algún artículo en prensa y un número con predominio académico de la revista Insula es todo lo que he podido ver; y lo digo sin resentimiento, pues desconfío de las salvas conmemorativas, que en España suelen encubrir el desinterés y la ignorancia profunda.

Aleixandre, aun en los tiempos ajetreados del Nobel, fue no un desconocido pero sí un ignorado (la diferencia la da mejor el francés: meconnu frente a inconnu, y el curioso error de la Pléiade sería prueba de lo meconnu que es este autor connu de oídas). Antes de 1977 casi nadie le conocía fuera de España (la mañana de octubre de aquel año en que le concedieron el Nobel yo, un joven profesor recién llegado a la universidad de Oxford, recibí atónito la llamada de los redactores-jefe de cultura de The Times y The Guardian en busca de información sobre ese poeta "que quizá yo conocía"; ¡no habían encontrado otra fuente mejor en toda Inglaterra!). Pero la muerte suele traer consigo, bajo la guadaña, una nube de incomprensión, y ahora, a diez años de su pérdida, los que fuimos amigos pero ante todo seguimos siendo admiradores rabiosos de su obra nos quejamos, ya se ve, de que a Aleixandre no se le atiende lo suficiente.

Baudelaire decía que el artista es un "príncipe que goza de su incógnito". Aleixandre fue un hombre discreto y recatado, aunque no mojigato, y su poesía poco dúctil para hacer de ella ismo o bandera. Eso, unido a la altura del pensamiento que la cruza, en un contexto hispano más dado al sentimiento, explica en parte la desatención. Pero hay algo más: al poeta sevillano le ha oscurecido y desdibujado su estatura humana el celo protector de muchos de sus próximos y hagiógrafos más fervientes, que dan de él la imagen incompleta, velada, del tumbado de la calle Velintonia, del académico, del benévolo patriarca de los poetas jóvenes, cuando lo cierto es que Aleixandre también sufrió trágicamente la guerra, tuvo una larga vida de amores apasionados, una sexualidad rica y activa, esencial y sostenidamente homosexual, poseía un humor acerado y mordiente, y el caudal de su curiosidad del otro y de todo lo que vibrara en el mundo exterior era tan grande como el peso de su vida interior.

Así como entendemos mejor la obra de Lorca conociendo sus viajes de amor y el arrastre de su ocurrencia, la de Alberti en su marco civil y la. de Cernuda por los resentimientos del exilio, yo espero que cuando dentro de tres años celebremos el centenario de su nacimiento y seis después los 20 de su muerte, los supervivientes podamos leer la obra de Aleixandre bien editada y complementada entonces por la prosa deslumbrante y reveladora de su numeroso epistolario, pero también confío en que los biógrafos nos sepan dar la medida total del hombre que rechazando (en una carta inédita a Jorge Guillén publicada en el citado número de Ínsula) los elogios literarios que él hacía de su compañero, "perfecto, sin fallos", añadía que eso era algo que no querría ser: "Mejor dicho: quiero quererlo ser. Pero no quisiera serlo".

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